Cobra, El Brazo Fuerte de la Ley (George Pan Cosmatos, 1986)

Enviado por Cuericaeno el Mar, 04/09/2012 - 18:34

"Aquí es donde acaba la ley y empiezo yo, imbécil".

Cobra es tan chulo que come pizza fría con guantes de cuero y siempre tiene una cerilla en la boca, pues si tuviera un palillo no se podría distinguir entre el resto de machotes.

Él destaca. Con sus gafas de sol modelo Aviator y su arma no reglamentaria, esa automática de mira láser que siempre me entusiasmó de crío. Él es ese tipo de policía tan trillado en el cine del pim-pam-pum, ése que hace lo que le sale de los huevos, que se pasa el reglamento y a sus superiores por el arco del triunfo; ése al que el jefe le suele decir “dame tu placa y tu pistola” (¿os suena?) y él obedece, sí, pero cuando trinca la puerta va a lo que va, a terminar lo que empezó: Pillar al malo y traerlo muerto o muerto, y en ocasiones excepcionales hasta difunto. Bueno, en realidad no lo trae, sino lo deja clavado en algún sitio.

En 1986, Sylvester Stallone ya llevaba hechas de Rambo hasta la segunda y de Rocky hasta la cuarta, por lo que ya era sobradamente conocido cuando se dejó ver en este film de menor presupuesto dirigido por George Pan Cosmatos. Cobra es una cinta que lo único brillante que tiene son las gafas del bueno y el cuchillo del malo (otro arma que a mí me encantaba en mi era de la Nocilla), pues anda algo floja en guión y diálogos como para resplandecer en otros aspectos, y algo estática en interpretación, pero es una apuesta segura para el que busca pocos quebraderos de cabeza y muchos agujeros de bala. Al menos es honesta y cumple con la etiqueta “Acción” que la cataloga, aconsejable tanto si quieres pasar un buen rato viendo algunos tiros como si quieres sumergirte en esa época irrepetible en la que se rodó. Esto último sobre todo es lo que hace que yo le tenga tanto cariño a esta película, además de por haber sido una de mis pelis de cabecera en mis primeros años de colegio.

Su sinopsis no hay que leerla dos veces para comprenderla. Marion Cobretti (Stallone) es un poli a la usanza que ya comenté, drástico, desafiante y vacilón, que debe proteger a una testigo que es Brigitte Nielsen, “la rubia de 2 metros” de Superdetective en Hollywood 2 (film que haría justo al año siguiente). Después de haber hecho de Red Sonja nada menos y junto al Schwarzenegger, y ser la rigurosa y estirada esposa del ruso malo de Rocky IV (Dolph Lundgren en su casa), a la muchachita (muchachota más bien) le tocaba aquí ser frágil, y nosotros nos lo teníamos que creer.

Ella sin querer se ve en el lío padre cuando en un aparcamiento subterráneo se convierte en testigo de… nada, ya que ni se da cuenta del asesinato que ocurre tras los pilares porque va de laca hasta los ojos, pero el asesino, al que sí ve, se encabezona en su neura y dice “ésta me ha visto así que a matarla”, y empieza la persecución. El tío (encarnado por Brian Thompson) la perseguirá porque sabe que su cara no es fácil de olvidar ni para un pez, pues es un villano muy mono, pero mono de simio, de gran quijada y mirada destripadora, y con un cuerpo que es el del ascensor de un hospital (no se pierdan el retrato robot que le hacen: para cagarse y no limpiarse).

Este malo de marras es el dueño de ese cuchillo tan guapo del que hablaba (a la venta y todo para el megafreaky de turno), siendo a su vez miembro de una secta que se reunía en un sitio oscuro para ensayar su linda coreografía de las hachas pares, haciéndolas sonar todos juntos al compás como si fueran los platillos de un pasacalles. Ese ritual del chin-chin lo sienten muy suyo, es algo muy serio y lo perpetran con pura vehemencia, vehemencia con hacha intercalada, sin duda. Con este brindis troglodita esta logia malévola pretendía cambiar el Mundo, defendiendo el ideal de que el fuerte ha de pisotear al débil para heredarlo todo. Ea, esto es jalea real para Cobra, que está deseandito de que pase algo gordo.

Graciosa paradoja: Stallone protegía a Brigitte Nielsen, cuando en realidad él debería haberse protegido de ella, pero en la vida real pues aquí ambos llevaban un año casados y al año siguiente se separarían, cuando ya la rubia había conseguido, se dice, justo lo que buscaba que era la fama. Pero no entremos mucho en la hemeroteca rosa, obviemos semejante realidad pues ya tenemos bastante con la ficción que se despachan en esta peli, plagada de chistes fáciles, cargadores inagotables y malos que son malos hasta para disparar, pues no dan ni una. Sly en cambio, donde pone las gafas pone la bala. O ¿qué esperabas, infiel?

Pese a todo ello, Cobra mantiene ese carácter entrañable de las películas de acción de aquel decenio, la era del videoclip, y esto último bien se encargan de explotarlo como vindicaba la época, pinchándonos y enterito el Angel of the City de Robert Tepper, célebre cantante del llamado A.O.R., ese estilo de Rock edulcorado que reinó en la segunda mitad de los ’80. Pero no creáis que está metido con calzador ese momentazo altamente ochentero, pues uno de los momentos para mí más grandes de esta película está en esa escena aparentemente trivial, donde el prota y su compañero recorren a pie la ciudad en la noche interrogando a la gente, mientras la canción dice eso de “Las calles, ellas gritan de deseo/El aire está lleno de sueños de fuego/Y esto no es un estilo de vida/Vivir al filo del cuchillo”. Al que no se le pongan los vellos de punta viendo esto es que, o no nació o creció en ese período, o pasó demasiado de puntillas por él. Precioso lenguaje escénico, representativo de toda una era, el mismo que harían en muchos filmes de aquel entonces incluido Rocky IV (hecha justo el año anterior), y también con una canción del mismo artista aunque esta vez más famosa, su No Easy Way Out.

Como verán, esta película no está llamada a ser una obra maestra, pero ostenta su propia manera de ser disfrutada, venerada y recordada, pero para ello debes saber sacarle el jugo, que tiene el suyo. Está claro que nunca será estudiada en universidades, su contenido no anima a ensayos literarios, y las no pocas nominaciones a premios que obtuvo no fueron para su gloria y orgullo, ya que todas fueron otorgadas por los premios Razzie, la burlesca academia del no-premio. 6 fueron sus nominaciones: Peor Película, Peor Actor (Stallone), Peor Actriz (imaginen quién), Peor Actor Secundario (Brian Thompson, el malo del cuchillo), Peor Guión (Stallone again) y Peor Nueva Estrella (Brian Thompson again, que aquí ya se clavó el cuchillo). Toma castaña pilonga.

Aún así lo quiero, con sus faltas, peros y contras, un film que se despacha deprisa, 95 minutos de entretenimiento que para algunos será vacío y para otros no, disfrutando estos últimos con una estética macarra de nuestro Sly que para bien o para mal se ha hecho mítica, plasmada en un explícito y fabuloso cartel que es toda una reliquia eighties, que bien podría haber colgado en una de las paredes del apartamento retro de la Sandra Bullock de Demolition Man, al lado del de Arma Letal.

Sirva de consuelo que peores eran las pelis de Charles Bronson de aquella misma época (ésas sí eran para escribir varios tomos), sin ánimo con ello de escudar a Sly ni de intentar camuflar una cinta que es mala, pero buena a su propia manera, a aquélla que hay que saber exprimir, llena de grandes momentos como el inicial en el supermercado y el final en la fundición, ambos salpicados con frases lapidarias para la posteridad, masticadas con recreación por el de las gafas de sol y la cerilla en la boca. Una ochentada guiada por la cátedra de Harry el Sucio pero protagonizada por un Rambo sin melena. ¿Hace falta algo más que eso? Yo no pido más, desde luego.

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