
1. The Gates of Delirium
2. Sound Chaser
3. To Be Over
Para tratar de entender los motivos que llevaron a Rick Wakeman a dejar Yes no hay nada mejor que rescatar aquel capítulo de la autobiografía de Ozzy en que el Madman cuenta cómo coincidieron Black Sabbath y ellos en unos estudios al norte de Londres mientras grababan respectivamente “Sabbath Bloody Sabbath” y “Tales from Topographic Oceans”, y mientras Anderson, White, Squire y Howe vivían como ermitaños rodeados de balas de heno y vacas de cartón fumando hachís para crear un ambiente de alucinada paz rural en el estudio, el virtuoso y megalómano teclista prefería bajar al bar a beber pintas de cerveza Director´s con Osbourne.
Su desafección hacia el grupo llevó a tal extremo que en un concierto del tour de presentación del “Tales” pidió a un roadie que le trajera una ración de pollo al curry que se tomó en escena sobre el moog mientras sus compañeros tocaban.
El desinterés hacia la tónica en que Yes se habían instalado, junto al éxito artístico obtenido con su debut en solitario dedicado a las mujeres de Enrique VIII le hicieron abandonar tras dejar su sello en los tres mejores discos del quinteto por excelencia del sinfonismo británico en los años 70.
Uno de los nombres que sonó como sustituto de Wakeman fue el teclista heleno Vangelis, con quien Jon Anderson terminaría manteniendo una interesante relación artística, pero el sindicato inglés de músicos lo prohibió dada su condición de extranjero. Curiosamente la plaza la terminaría ocupando un suizo, Patrick Moraz, y es que Yes fueron visionarios y adelantados a su tiempo no solo en cuestiones musicales, también económicas: Si vas a invertir, mejor con los suizos que con los griegos.
Moraz procedía de un conjunto llamado Refugee, donde había coincidido con antiguos miembros de The Nice, el primer grupo conocido de Keith Emerson, “Relayer” fue el único trabajo en que intervino, y más tarde ingresaría en Moody Blues. Mantuvo buena relación con los miembros de Yes y participaría en discos en solitario de Chris Squire, Steve Howe e incluso Bill Brufford, el batería de la banda hasta “Close to the Edge”.
Y del disco de la portada esmeralda tomarían el esquema para su producción de 1974, al ocupar toda la cara A con la suite más larga que grabaron en toda su trayectoria (“The Gates of Delirium”, 21 minutos y 55 segundos, más extensa que cualquiera de los cuatro temas de “Tales”), junto a dos “breves” piezas en la cara B de nueve minutos cada una, “Sound Chaser” y “To Be Over”.
“Las Puertas del Delirio”, que ya solo el título se las trae, está inspirada en la famosa novela de Tolstoi “Guerra y Paz”, sobre las invasiones napoleónicas a la Rusia de los zares, así que con esa temática nos hacemos una idea de lo que nos vamos a encontrar: una ampulosa epopeya del sonido Yes más barroco posible, planteada como mandan los cánones del estilo: con su introducción, desarrollo y desenlace.
La entrada instrumental es breve, ya en el minuto dos Anderson comienza a entonar una línea que no está entre las mejores de la banda. En ocasiones nos hacían tocar el cielo con sus armonías vocales, en otras se quedaban a medias, y a mi parecer en este caso Anderson sólo luce realmente con la estrofa, ya avanzada la canción, en que la mayoría de los versos comienzan con ese “Listen”. Con “Soon”, la coda del tema, y la final “To Be Over” se redimirán por completo en este sentido, pero no debemos adelantarnos.
El grueso de “Gates” está compuesto por un complejísimo desarrollo instrumental donde el recién llegado Moraz y Chris Squire están soberbios, el primero impartiendo una lección de cómo se deben hacer sonar los sintetizadores, el segundo sosteniendo, articulando, llevando la canción donde quiere con su bajo, protagonizando uno de los mejores momentos del disco hacia el 10,25 cuando el solo reconduce con sus cuatro cuerdas el tema hacia derroteros de puro Rock en detrimento de las estructuras progresivas.
Toda esta parte representa las batallas, la defensa del territorio ruso contra los invasores, la épica cercana al paroxismo abruma al oyente, con constantes explosiones de sonidos fruto de la portentosa imaginación y maestría de estos músicos, que no dudaron en utilizar piezas de chapa de viejos vehículos sacadas de un desguace para golpearlas entre sí y potenciar la sensación de estar bajo el fuego de la artillería francesa. Naturalmente era muy difícil recrear todo esto sobre las tablas, pero genios como eran incluyeron una versión íntegra del tema en su directo “Yesshows” (1980).
Uno de los momentos más impactantes se consigue con la transición, fabulosa, hacia los cinco minutos finales, el remanso de paz, puro contraste, que es ese angelical subtema llamado “Soon”, una de esas maravillas de belleza sobrenatural por las que Yes pasaron a la historia, con la guitarra de Howe dibujando parajes de ensueño sobre el respaldo de atmosféricos teclados, y Anderson emocionándonos con esa voz de niño como sólo él ha sido capaz, y que curiosamente algunos seguidores del estilo detestan.
Tan especial es por si sola esta última parte que en Estados Unidos se editó como un single independiente, y como tal ha aparecido en posteriores recopilaciones.
El segundo tema, “Sound Chaser”, causó perplejidad en los fans más progresivos del grupo. Se la suele considerar la pieza free jazz de Yes, tanto por la libertad en su desarrollo como por el piano de Moraz al comienzo alternándose con las galopadas por el mástil del bajo de Squire y sobre todo la batería de Alan White, que está espectacular en ese primer minuto, pero en realidad es otra pieza clásica, pese a su condición de joya olvidada y casi desconocida, donde la banda vuelve a sonar a sí misma tan pronto como toma las riendas la guitarra eléctrica de un Howe que se marca un solo impresionante, secundado por el Rhodes de Moraz, Hacia la mitad Anderson toma el testigo y nos deleita con otra preciosa melodía antes de que todos la emprendan con un nuevo riff lleno de fuerza, para desembocar en el que, sin embargo, es el peor momento del disco y uno de los que menos me gusta en toda la producción de la banda: Esos horribles “Cha cha cha, Cha/Cha cha cha Cha” pachangueros que se repiten por dos ocasiones y que, jóder, en mi opinión sobran completamente.
Ocurre que un simple juntaletras como yo no puede escribir nada malo de estos monstruos que se despiden con un sosegado “To Be Over” donde sale a relucir todo lo bueno, todo lo mágico que albergaban los espíritus de esos hippies ingleses fumetas a los que Ozzy estuvo a punto de mandar al hospital cuando les dejó compartir su hachís afgano. “To be Over” comienza sonando como si fuera el murmullo ambiental de un jardín japonés, contiene una nueva exhibición del Anderson más lírico, más “nenaza” para sus detractores, y es una nueva muestra de la capacidad de esta banda inigualable para crear y superponer miles de ideas, melodías, ambientaciones, estilos, en una sola canción, por larga que sea. El final es cinematográfico, pero a lo Cecil B. DeMille, casi puedes cerrar los ojos e imaginar un castillo envuelto en la bruma de un reino imaginario al anochecer estallando en fuegos artificiales.
Y esto es lo que más alucina. Arte creado por una alineación de músicos que ni habían grabado juntos antes ni lo volverían a hacer después. Porque el caso es que Moraz se marchó y volvería Rick Wakeman para grabar otra masterpiece: el excelso “Going for the One” en 1977. Que, en definitiva, lo de llamar a las Puertas del Delirio les costó una pájara mental de la que no se recuperaron en tres años.
Y que, como le ocurrió a Ian Anderson tras escribir “A Passion Play”, del que hablábamos el otro día, salieron tan escaldados que ya no volverían a repetir la fórmula de dedicar toda una cara de un vinilo a un solo tema.
Absolutos maestros, puntuamos Relayer un poco por debajo del diez, ya que carece del halo de mito que sí tienen sus antecesores.
La portada en cambio, de su habitual ilustrador el gran Roger Dean, con ese predominio del gris y la imponente presencia de esas rocas que te hacen sentir un habitante del Reino de Liliput, sí que está entre las mejores de su carrera.
Jon Anderson: Voz
Steve Howe: Guitarras
Chris Squire: Bajo
Alan White: Batería
Patrick Moraz: Teclados