
1. Dea Artio (05:58)
2. Vastness and Sorrow (12:12)
3. Cleansing (9:55)
4. I Will Lay Down My Bones Among the Rocks and Roots (18:16)
En mi repaso por aquellas cosillas que con más intensidad se han quedado junto a mí en lo que llevamos de siglo XXI, no podría obviar el paso de los hermanos Weaver por mi vida. Pocas bandas frecuentaron mis reproductores varios con más asiduidad que la suya durante aquella época “open-minded” de mis últimos años de militancia blackmetalera entre 2007 y 2011 y, por si a alguno le pica la curiosidad, lo hicieron siempre en formato vinilo y CD (en este último caso), amén del ocasional mp3 que me llevaba para mis frecuentes caminatas.
Como con todo lo que se pone de moda, tan pronto como recogieron elogios por parte de los sectores más aperturistas del movimiento, despertaron también la ira de furibundos detractores. Hipster black metal, hippies abraza árboles, Wolves in the Clone Room, gafapastas, comehierba… todo tipo de lindezas se les dirigieron desde una escena con muy poquita cintura cuando, paradójicamente, el riesgo ha sido una de las banderas que la han definido desde sus más tiernos inicios. El black metal siempre ha sido un estilo que ha mirado hacia delante, leal con ciertas tradiciones, pero rupturista en esencia. Y, lo más curioso de todo es que, desde una perspectiva puramente musical, Wolves in the Throne Room tampoco venían con nada excesivamente novedoso ni que se alejase de los principios rectores del estilo. En el fondo, nunca estuvieron muy lejos de lo que otros como Burzum, In the Woods o Ulver ya proponían a mediados de los 90 y era quizás su trasfondo ideológico el que chocaba con nuestro habitual dogmatismo.
Que en lugar de ser unos jovenzuelos nórdicos obsesionados con epopeyas vikingas y filiaciones de extrema derecha, son unos colgados amantes de la naturaleza, defensores del veganismo y el ecologismo radical. Que en lugar de montar una organización clandestina de post-adolescentes propensos al delito, viven aislados en una comuna en medio de la naturaleza. ¿Pues qué queréis que os diga? No tengo yo muy claro que simpatice con el verdadero trasfondo de los hijos de Odín más que con esta pandilla con pinta de no haber visto una ducha en meses. Y en el fondo, lo que de verdad importa… ¿Tienen estos muchachos lo que hay que tener para hacerlos destacar entre la masa? Respuesta rápida, sí.
Si uno de los reproches que se les hacen puedo admitir, es el de su cierta falta de variedad, algo en lo que he ido reparando con los años, puesto que en 2009, en plena obsesión con la banda, poco o nada me importaba que cada álbum tuviese sus cuatro cortes de rigor con una media que superaba con generosidad los 10 minutos. Algo que sí tuvieron el acierto de pulir desde un también recomendable Diadem of 12 Stars, que se desmadraba con una hora de duración, hasta este mágico Two Hunters que se quedaba en unos mucho más ajustados tres cuartos de hora. Más allá de ese detalle, fácilmente perdonable por todo aquel que se deje llevar por la mística de su música sin el reloj en la mano, Two Hunters es todo un viaje que nos llevará hasta parajes inolvidables. Un viaje que nos transportará a esos insondables bosques del Pacific Northwest de los que estos, de aquella, jóvenes sólo parecen haber salido para agarrar sus instrumentos y meterse en un estudio. Algo que, como comprenderéis, a un gallego amante de la naturaleza como un servidor le toca muy hondo. Pocas veces he disfrutado tanto de un álbum perdido por los montes y bosques de mi zona como con este.
A pesar de que son pocos los temas a tratar, es absurdo pararse con cada uno porque casi podrían considerarse uno solo, desarrollado durante cuarenta minutos, tras los seis de contextualización que implica Dea Artio. Cuarenta minutitos de black metal única y exclusivamente concentrado en crear una atmósfera natural, inmersiva y ambiental. Con un sonido tan orgánico como acertado. Tan primario como esos bosques por los que alcanzan a conducirnos. Me puedo hacer una idea clara de los medios y técnicas de grabación empleados por estos estos chicos junto a Randall Dunn, productor de confianza en todos y cada uno de sus álbumes hasta nuestros días. Equipos analógicos, amplis con sonido retro (¿Orange podría ser?), nada de triggers… os hacéis una idea. Riffs envolventes e hipnóticos, alargados hasta la extenuación, baterías simples, pero efectivas, ocasionales melodías épicas de guitarra, dulces voces femeninas, litúrgicos ritmos tribales… sobre el papel puede que nada suene extremadamente sorprendente, pero es de esos extraños casos donde resulta tremendamente complicado describir donde está la verdadera magia de la música. Pero está ahí, sin duda, no es necesario dar más explicaciones. Yo únicamente recomiendo cerrar los ojos y dejarse llevar, permitir el libre fluir de los sentidos allá donde los hermanos Weaver pretendan llevarnos. Debe ser la de Wolves in the Throne Room una experiencia puramente sensible, exenta de todo tipo de análisis cerebral. De no ser así, están destinados a fracasar.
Los cuatro cortes fluyen, como un riachuelo en su parsimonioso, pero imparable discurrir. Por cada meandro, acelerando en cada cascada, con apacibles lagunas creadas por troncos caídos sobre su cauce… Cada paisaje se sucede a lo largo de Vastness and Sorrow y Cleansing hasta llegar al opulento clímax de I Will Lay Down My Bones Among the Rocks and Roots con esos imponentes 18 minutos donde finalmente yaceremos y volveremos a la madre tierra. Cuatro temas que, como decía, podrían ser uno solo. Y que, precisamente en el mismo momento en que parecen sumirnos en una sensación de deja-vu por aquello ya vivido, triunfan con uno de esos detalles que valen por sí solos todo el tiempo invertido. Ese cambio de ritmo llegado 2:44 es, simplemente, una de esas cosas que nunca se olvidan. Si aquí no te matan y te convencen por completo, olvídate de ellos. De aquí al final, “sólo” nos queda lo mejor de lo que son capaces Wolves in the Throne Room que, en mi opinión, no es poco. Cuando los podíamos dar por perdidos, se redimen y vuelven más fuertes que nunca con unos últimos cinco minutos que los consagran cuando todo parecía visto para sentencia.
Visto ahora en perspectiva, me doy cuenta de que Wolves in the Throne Room abrieron un melón bastante grande, una enorme sandía, diría yo. Obviamente no fueron los primeros en pisar estos bellos parajes y otros como Burzum, Ulver, In the Woods o, de forma mucha más directa, Agalloch, Weakling y Velvet Cacoon (tanto musical, como geográficamente), les ayudaron a abrirse paso entre la maleza antes de su irrupción en escena en 2006 (dos demos tenían antes). Sin embargo, me parece de necios negar que su forma de entender el black metal con esa fuerte inspiración de la naturaleza, con sus hipnóticas progresiones y ciertas irrupciones foráneas (post-rock, ambient, drone…) haya creado escuela en los últimos 10+ años. ¿A ver quién es el guapo que me dice que todas esas bandas de black atmosférico con temas “eternos” que se han puesto de moda últimamente no suenan a ellos? Da igual con lo que me vengáis, que si suenan a esto o aquello, ya veis que los nombres los conozco y ya lo hacía 15 años atrás… En 2006 nadie sonaba como esta gente y ahora son cientos los que replican este sonido. Eso es, amigos míos, crear escuela, guste o no, aunque algunos se empeñen en negarles su legado.
Preguntado en 2009, no lo dudaría, le cascaría sus cinco cuernos, sin más. En esta etapa de reevaluación en la que me encuentro, intento poner todo en el lugar que le corresponde y me llamo a la calma con más frecuencia de la que quizás debería. De momento, lo dejo en cuatro cuernos altísimos, a punto de darle los cinco, con aquellos que precisamente le negué a Dawn por un motivo similar en mente. Con la diferencia de que, justamente lo que proponen Wolves in the Throne Room, es esto mismo que a veces considero su único “defecto". La cosa oscilaría entre un 8’5 y un 9, dependiendo del momento. Maravilloso trabajo igualmente.
- Nathan Weaver: guitarras, voces
- Rick Dahlin guitarras, voces
- Aaron Weaver: batería
Músicos invitados:
- Jessika Kenney: voces (3 y 4)
- Sty Orc: cuerno