
1.Just What the Doctor Ordered
2.Yank Me, Crank Me
3.Gonzo
4.Baby, Please Don´t Go
5.Great White Buffalo
6.Hibernation
7.Stormtroopin´
8.Stranglehold
9.Wang Dang Sweet Poontang
10.Cat Scratch Fever
11.Motor City Madhouse
Hace algunas semanas, uno rememoraba el 25 aniversario del fallecimiento de Phil Lynott, recordando a los maravillosos Thin Lizzy, y calificaba el “Live and Dangeorus” como el mejor disco en directo de la historia del rock.
Sigo pensando lo mismo, pero he tenido varias experiencias extrasensoriales. Los fantasmas de cien ciervos, mil caribúes, un yak, un bisonte y la última de las águilas reales con plumaje blanco me han visitado en sueños. Todas estas criaturas cayeron bajo la escopeta de Ted Nugent, y no están dispuestas a tolerar que un escriba de tres al cuarto ningunee su lugar en el reino de los mitos.
“Double Live Gonzo”, aparte de los dos párrafos anteriores, está más allá de toda literatura. “Double Live Gonzo” es tierra, es agua, es pasión, es aire y es fuego. Es la canalización, en la dirección adecuada, de la hiperactividad de una fiera que está por encima de cualquier análisis.
Muchos conocen a Ted Nugent, el salvaje guitarrista de Detroit, Michigan, por su militancia a favor de las armas, su filiación en la Asociación Nacional del Rifle, su condición algo retrógrada de fascistoide que posaba con sonrisa de oreja a oreja junto a Charlton Heston.
Vale, que sí, que el tío Ted debe andar ya cerca de los sesenta años, y para un amplio sector del público rockero no es más que un carca chiflado.
Con la edad, naturalmente, estas manías se le habrán acentuado, pero él siempre fue así. Siendo muy joven, le detuvieron por conducir a excesiva velocidad. El poli que le custodiaba comprendió que Ted era un buen chico cuando éste se puso a hablarle de armas, contaba hace años muy satisfecho nuestro protagonista.
Para evitar ser alistado, estuvo treinta días sin lavarse ni cambiarse de ropa, comiendo bazofia, asegurándose que a la hora de pasar el reconocimiento médico los militares no le quisieran ni en pintura. Él era así. Amaba la disciplina por encima de todo, pero tenía cosas más importantes que hacer que ir a combatir en Vietnam. Tenía que tocar la guitarra, y convertirse en la estrella del rock más grande sobre la faz de la tierra, como él siempre se ha considerado.
Ted Nugent ha pasado siempre de tomar drogas. Él prefiere salir a cazar, gestionar un restaurante donde se distribuya la mejor carne de venado abatido por su escopeta, y echar un buen polvo con “sus mujeres”, lo único que le gusta sin grasa, decía siempre en las entrevistas.
Sabe que siempre ha estado rodeado de “jodidos virtuosos”, como él considera a todos los músicos que han pasado por su banda, y su verdadera ocupación es la música. Él no se tiene por un chalado. Sólo es un buen tío que no puede parar quieto, y que libera su energía en escena, a través de sus incendiarias canciones.
A finales de los sesenta lideró en su Detroit natal a los Amboy Dukes. A mitad de los setenta inició una carrera en solitario que llega hasta hoy. Y en 1978, con tres discos en el mercado, publicó su obligado doble en directo, con tomas de varios shows en Estados Unidos en el 76 y el 77.
“Double Live Gonzo” es una entidad que vibra, que late y bombea sangre, como el corazón del Gran Búfalo Blanco de las praderas al que nuestro hombre dedicó una canción.
“Double Live Gonzo” es un doble disco que consta de cuatro caras, once temazos, las emblemáticas imágenes de la portada y la contraportada, y un collage de dieciséis fotografías interiores del amigo Ted contorsionándose en torno a su fiel guitarra. Aquí no se ve a la banda, al público sólo se le escucha, a nivel de imagen te tienes que quedar con el careto del “modesto” Nugent, te guste o no.
Él siempre ha dado mucho más de lo que se le ha pedido, y en los setenta le bastaba un taparrabos y un par de lianas de la selva para salir a actuar. Cuando sus aplastantes shows terminaban, se preocupaba de la educación de nuestros hijos, organizando cacerías y safaris. Pero con mayor sentido común del que se le suele achacar. Ted cree en el equilibrio del ecosistema, en la caza como un deporte, pero siempre le molestaron esos furtivos que paraban el 4X4 en mitad de la nada y empezaban a disparar a los bisontes sin discriminación.
Y como lo que cuenta es la música, el doble Cd del que me ocupo hoy es la mejor manera de introducirse en la discografía de la bestia de Michigan, poseedor de una técnica salvaje, de un sonido indómito, que tomó elementos del maestro Hendrix y de guitar-heros británicos como Rory Gallagher o Alvin Lee para perfeccionar su inimitable y demoledor estilo.
Este tío siempre ha tocado la guitarra como Mozart tocaba el piano. Vamos, como que parece sencillo hacer lo que él hace. Y en el “…Gonzo” nos avasalla con esos once disparos, certeros como el impacto de un Winchester, y que me había propuesto ni tratar de describir, porque lo ideal es escucharlos de aquí a que llegue esa ola de radiación nuclear que amenaza con contaminar Tokio y después el resto del mundo.
Pero venga, que allá vamos. La inicial “Just What the Doctor Ordered” es un rocanrol desmadrado del que siempre me impresionó el principio. El grupo calentando antes de lanzarse a la yugular del oyente, como si fueran una orquesta afinando los instrumentos, generando esa sensación de que se nos viene encima algo muy, pero que muy grande.
Las dos inéditas, “Yank Me, Crank Me” y “Gonzo”, que van subiendo el listón, esto es hard rock&roll y lo demás son tonterías.
“Baby Please Don´t Go” es un viejo tema de Big Joe Williams, que AC/DC también incluyeron en el Ep en vivo “´74 Jailbreak”. Atentos al final, cuando el vocalista Derek St. Holmes agradece la respuesta al público, y de pronto interviene el cafre de Nugent silenciando a todo el mundo con un demencial alarido.
“Great White Buffalo”, rescatada de los días de Amboy Dukes, más rock blues acelerado que el guitarrista utiliza aún hoy día para cerrar sus conciertos con un penacho indio en la cabeza, e “Hibernation”, dieciséis minutos de be bop guitarrero, con las cuerdas del hacha del Jefe como únicas voces. Siempre me impresionó ese momento hacia la mitad, cuando Ted alarga una nota, y desde atrás se va escuchando el crescendo de la batería, que entra a trompicones.
“Stormtroopin´”, ocho minutos soberbios donde el cuarteto parece poseído por el baile de San Vito, la conocida “Cat Scratch Fever”, que han versioneado un montón de grupos –Motörhead en el irregular “March or Die” entre otros-, y la final y explosiva “Motor City Madhouse”, dedicada por supuesto a Detroit, todas ellas perfectos ejemplos de ese toque agresivo, desbocado como una estampida de caballos, por el que Ted es famoso.
Antes hemos disfrutado del contundente blues rock ralentizado de “Stranglehold”, uno de los momentos culminantes de su recordado disco de debut en el 75, y sobre todo de “Wang Dang Sweet Poontang”. En esta pieza, cuyo título suena a algo así como echar un polvo en argot Cherokee, se juntan todas las características de la música de Nugent: La alucinada verborrea de sus discursos introductorios –de la parrafada inconexa que suelta al principio tomaron Blaine Cartwright y Ruyter Suys el nombre para su banda Nashville Pussy-, el ataque de guitarra despiadado, la sensación general de desmadre y descontrol en nombre de la vida y del rock and roll.
Recuerdo ver en vivo a Ted Nugent en Zaragoza hace tres años. El búfalo salvaje de Michigan se aseguró de convertirse en el cabeza de cartel de un festival del que he hablado en muchas ocasiones, en el que habían de tocar detrás de él leyendas como Deep Purple, Twisted Sister, Slayer, Maiden o Saxon. Nuestro hombre salió a escena a media tarde, después del pase de los Thin Lizzy de John Sykes y Scott Gorham, y cabreó a las fuerzas de la naturaleza al ostentar esa enorme bandera yanqui que cubrió todo el fondo del escenario. Se desató la tormenta, el stage quedó arruinado, se nos devolvió la pasta, el camping se convirtió en un lodazal, pero daba lo mismo. Manitú se había encargado de que el viejo Ted cerrara aquella edición del Monster of Rock Festival a las siete de la tarde, en pleno verano.
Mejor es el recuerdo que tengo de su concierto en Madrid, en la sala Macumba, en 2006. Su visita coincidió con la estancia de Red Hot Chili Peppers en la capital, que presentaban al día siguiente el nada memorable “Stadium Arcadium”, y, ante la sorpresa del respetable, el batería Chad Smith subió al escenario, se abrazó con Mick Brown –el batera de Dokken, uno de los mejores drummers que he visto en mi vida-, y se lanzó a tocar junto a Nugent y el bajista Barry Sparks una versión enloquecida y furiosa de “Baby Please Don´t Go”. Ted a la izquierda, Sparks frente a él a la derecha, y en el centro un Chad Smith que juro que tuvo que recular varias veces, al ver que sus dos acompañantes no podían seguir el desmadrado ritmo que este animal de las baquetas estaba marcando, perdiendo el tempo y acelerándose, fruto de la felicidad que le producía respaldar los punteos del inigualable Nugent.
Como suele decir uno de los habituales cronistas de esta página, hiperactivo y brillante como el viejo Ted: Una colección de discos sin este live album carece de sentido.
En el listado de canciones enlazo lo poquito que he encontrado del original, pero añado una serie de enlaces, próximos en tiempo y lugar, para que nadie se pierda a este genio, uno de los más grandes “destroyers” del hard y el rock and roll:
Ted Nugent: Guitarras
Derek St. Holmes: Voz
Cliff Davies: Batería
Rob Grange: Bajo