
1. Death Metal (3:17)
2. Evil Warriors (4:20)
3. Burning in Hell (3:20)
Cavando y cavando, aquí nuestra pala acaba rebotando en algo muy duro y muy oscuro que nos mella la herramienta, pudiendo ser un cofre del tesoro o igualmente la base del reloj de arena en el que hemos quedado atrapados, tocando fondo por querer ir más lejos que nadie, por querer ser eternos inmigrantes en un Pasado muerto y enterrado. Aunque no tan muerto, como muchos sabemos…
Antes incluso de que las Siete Iglesias fueran siquiera trazadas en un plano, una de las primeras plutonías metálicas que fueron fechadas es ésta que recrearemos hoy, nada menos que la que dio nombre al gran mausoleo que hoy conocemos como Death Metal. Preparémonos pues para otra inmersión en los ínferos más profundos y pretéritos del Metal Extremo.
Los amantes del Metal más ceñudo y morboso seguro que conocen a Possessed (formados en 1983 en San Francisco, California), comúnmente por medio de su álbum debut Seven Churches, uno de los referentes absolutos del Death. Pero quizá no todos hayan rebobinado al principio de la película, para vivir la chirriante precuela de la saga de “Los Posesos”, cuando éstos tiraban de rancios casetes para darse a conocer. Éste es el primero de tan sólo dos que fueron antesala al primer largo ya citado, y éste el que traía bajo el brazo ese Death prototípico, antes de la ruptura definitiva con esa acepción que es el Death-Thrash.
La ultimación de la identidad sonora de ese subgénero de los guturales y las tripas fue decisiva en manos de unos cuantos gurús, pero empezando a nivel de concepto, no aún de música, cuenta la leyenda que en el momento en que Chuck Schuldiner rebautizó a su banda (Mantas) como Death, a la vez le estaba dando nombre a este sonido; pero es que Possessed y en ese mismo año, 1984, ¡le dio hasta apellido por si había dudas! Y de idéntica forma en que hicieran Venom con el Black Metal, los de San Francisco mataron dos pájaros de un tiro dando nombre a su primera maqueta a la vez que sumaban al nomenclátor de aquel árbol que sembró Black Sabbath otra denominación, otra rama: El Death Metal. Palabras más que mágicas con las que la dichosa cintita se presentaba al respetable. Nombrando a lo innominable, esta cinta que aquí asoma se dice que es una de las primerísimas demos de Death Metal que fueron grabadas. Lógico eso por una parte visto el año, el mismo en que saliera a la luz el capital Death by Metal de Mantas (pre-Death), aunque su mera antigüedad no es el único aspecto que la hace ser lo que es, un hallazgo de primer nivel para todo forofo incondicional de esta música.
Eso simplemente era a nivel conceptual como ya dijimos, pero ya si entramos en la música, para asentir ante la importancia de Possessed en aquel subgénero no hace falta escarbar tan hondo como para tener que dar con este casete, pues muchos conocerán ya aquello que al año siguiente irrumpió atrofiando, trinchando y tronchando esquemas bajo el título de Seven Churches, el LP debut con el que Possessed ya de forma oficial inauguraría esta innoble disciplina, el disco cuyo nombre ya llevo repetido varias veces aquí, pero que no es para menos. Nuestro ‘Evil Chuck’ desde Death desplegó su gigatónico torrente creativo para el diseño, los Death Strike de Paul Speckmann añadieron turbulencias a los primeros vuelos del prototipo hasta que pareciera que iban a saltar todos los remaches del fuselaje, mientras que Possessed fueron los que desde la misma cabina maniobraron las trayectorias y piruetas más inesperadas, temerarias y deliciosamente antiestéticas de la música hasta la fecha, y ése fue el acabado definitivo de deformidad que luego trabajaría la hoy llamada ‘Old School’ que reinó durante los primeros ’90, siempre tras el visto bueno, y como ya dijimos, de la “Elder School” ochentera. Los Primigenios, valga el símil lovecraftiano.
Pero la cruzada que haría Possessed en el nombre de las Siete Iglesias tuvo su punto de partida en la sombra, en su fase larvaria, englobada en las dos demos previas al célebre Long Play, siendo ésta que aquí aterrizo la primogénita de los californianos. Por ello, y ya aclarada la magnitud histórica que tan insignificante pieza rectangular ostenta, habrá que pasar (y ya era hora) a conocer qué clase de onomatopeyas soltaba el bicho en cuestión, pues ya las presentaciones en cuanto a line-up las podré retransmitir cuando los gladiadores ya estén en la arena, que sé que a ellos no les molestará pues tendrán mente y cuerpo muy ocupados cercenándonos a vivo riff.
”Death Metal came in the wind…”
La primera psicofonía que se manifestaría bajo el chicharral que zumba en esta cintucha era nada menos que la canción insignia, la bautismal Death Metal, un supermasivo tifón eléctrico al estilo de los desatados por los más encarnizados Venom, con un Jeff Becerra en pleno núcleo de acción que bajo en ristre y micro en hocico formulaba a ladridos una métrica en el verso que hedía a la de anti-hits como Black Metal (Venom) o un nonato Bonded by Blood (Exodus), cumpliendo el mismo ritual hasta en sus textos tipo manifiesto y en plan “somos músicos y a la vez una infernal tropa genocida” (¡¿para qué queremos más?!). Sumado a este tratado de (malas) intenciones, de regalo Possessed nos vomitaban el nombre propio de aquel nuevo invento, tal y como harían aquéllos de Newcastle, pero guardando la misma analogía de bautistas frente a creadores que tendrían Venom respecto a unos Bathory, extrapolado en este caso a Possessed frente a la alargada sombra de Mantas/Death.
Tan familiar sonaba eso que podría pensarse que Possessed realmente no estaban creando nada, y eso sería (una media) verdad en el caso en que Death Metal fuera la única canción que contiene este trabajo. Parecía que mucho no hacían, pero no hay que menospreciar para nada la exagerada avalancha riffera que nos echan “en lo alto”, algo más corrosiva y acribillante que lo más letal que despachase ese trío travieso que compuso Teacher’s Pet, o cómo los coros nos marcan el estribillo a fuego en el cerebro tras atravesar nuestro cráneo no con un hierro al rojo sino con un candente martillo pilón de la Death Fuckin’ Metal Foundry del tamaño de los cojones de Cthulhu, como malditamente SÍ hacían los de San Francisco. Aunque menos notorio que en sucesivas muestras, el germen estaba ahí sin duda.
Sin pasar de puntillas por esa pegada que lucía Mike Sus (como para ignorarlo…), deciros que las 6+6 cuerdas de Mike Torrao y Brian Montana navegaban con más manga, eslora y nudos que casi todo en todo mar conocido, aunque a grandes rasgos su trabajo pudiera pasar por mero Death-Thrash de primer cuño y no el Death Metal que ponía en la caja del producto, tal y como fue conocido en los primeros ’90. Pero curiosamente aquí no estamos en 1990, y no creamos que Possessed ya nos traían aquí al bebé ya criado. Aquí no tenemos la grabación más brutal de aquel año (una de las más sí), ni una concepción del Death tan evolucionada como la que ya despachaban Mantas, pero como en muy pocos trabajos de la Historia de todo el Metal, tenemos el privilegio de experimentar aquí la evolución de un subgénero desde su semilla a su fruto en un sólo casete, y en un orden lógico sólo truncado aunque levemente por los aires algo más “light” que trae Evil Warriors, tal y como tendría un Show No Mercy de sus paisanos Slayer ciertos remanentes de Heavy tradicional aún por estirpar. Eso sí, atentos a la naturaleza rancia de esos “Guerreros Malvados”, y a esas “blades of steel” de sus guitarras, pues semejante segadora no está armada con servilletas precisamente.
Esa evolución sosegada de la que hablaba hace un momento registraría su primer pico digno de análisis en esos instantes flemáticos de Burning in Hell, donde veíamos uno de los pioneros trances slow-motion de la hoy denominada “atmósfera” del género, y cual si viajáramos a la era triásica para asistir al parto de un paciente plesiosaurio, gozamos de suerte parecida al escuchar cómo daban al fin Possessed con el tono, tempo y halo de esa otra gran faceta del Death más clásico. Éste podría ser uno de los puntos oscuros que crearían ese agujero negro que creció y creció lentamente, al paso de ese riff, hasta formar aquello que fue conocido bajo el mismo nombre de esta cinta que nos atañe.
Oficialmente la maqueta acababa ahí, y si los escépticos siguen pensando que este trabajo no se alejaba mucho de lo que eran Venom por ejemplo, déjenme informar al que no lo sepa que por ahí circula un tema, Fallen Angel, grabado durante las mismas sesiones de esta demo aunque no incluido en ésta de manera oficial quién sabe porqué, sólo dada a conocer luego de forma pirata (o ya regrabado en el mentado Seven Churches). Por una parte, lo curioso de esta canción es que fue grabada en una sola toma, a la carrera, en plena recta final de las sesiones para grabar la demo. Tanta prisa no sirvió de nada cuando luego ni entró en el tracklist, aunque sí valió para manifestar hoy esa salvaje inmediatez de la que hace gala. A lo que voy es que, pese a cual fantasma por no formar parte del listado final, Fallen Angel es otro de los pocos pero sólidos argumentos que defienden a la cinta (o a las sesiones de la misma, como quieran) como un aporte muy necesario para esa evolución hacia ese Death que hoy conocemos.
Y es que el éxodo al que fue condenada esta canción en un principio, se cubre de más misterio cuando escuchamos tanto su desarrollo general (fórmula Death Strike pero a mayor escala sísmica, demenciando el precepto de Speckmann a niveles hasta peligrosos diría) como esos momentazos de “Geochelone Gigantea paseando entre las putas dunas de quién sabe dónde”, sin olvidar un epiléptico riff final que en ese tiempo produciría la misma sensación que despertaríamos hoy en una tribu amazónica de ‘no contactados’ si los visitáramos vestidos de astronautas. O te tiran las lanzas o te veneran como a un dios, y ésa fue la misma disyuntiva que, por medio de riffs y estructuras como las de ese “Ángel Caído”, dividió a los jóvenes melenudos de aquella época: Seguir por la senda ya marcada, o emprender la de las neonatas sombras. Y la comunidad eligió.
Aproximadamente 90 copias se hicieron de esta cinta, con su fotocopiazo de rigor como envoltorio, y como panfleto con el que Possessed vindicaban, bien a sabiendas o no, el ser bautistas de ese bonito género de las voces de ultratumba y los fiambres humanos.
No se quejen de esa capa térrea que ensucia el audio, pues la verdadera Elder School sólo puede extraer su fuerza sobrenatural de la tierra maldita en la que fue enterrada. No puede haber uno sin lo otro, es su destino. Al ser esta cinta nada menos que el apócrifo baptisterio de todo un movimiento musical, podríamos parafrasear a Charles Lamb y decir que esta demo es un atisbo del tenebroso reino de la preexistencia… en este caso… del Death Metal. Tengan una grata “posesión”.
Jeff Becerra: Voz, bajo
Brian Montana: Guitarra rítmica
Mike Torrao: Guitarra solista
Mike Sus: Batería