
1. Embers Fire (4:44)
2. Remembrance (3:26)
3. Forging Sympathy (4:44)
4. Joys of the Emptiness (3:29)
5. Dying Freedom (3:44)
6. Widow (3:04)
7. Colossal Rains (4:36)
8. Weeping Words (3:51)
9. Poison (3:00)
10. True Belief (4:30)
11. Shallow Seasons (4:55)
12. Christendom (4:31)
13. Deus Misereatur (1:58)
Después de estampar su firma con la multinacional Music For Nations y ganar así el espaldarazo económico definitivo que les aseguraba pagar por unos cuantos años el alquiler de sus casas, 1993 fue el año que trajo consigo el punto de ruptura crítico mediante el cual los paliduchos muchachos de PARADISE LOST abandonaban de una vez por todas el rol de futuras promesas de la escena británica para transmutarse al punto en la banda más rompedora y aclamada del Reino Unido, además de los próximos monarcas de un subgénero en ciernes que estaba a punto de arrasar a Europa entera. El complejo e intrincado ‘Shades of God’ del año anterior, ya ha había afianzado a la formación en una cómoda posición desde la cual empezar a trazar las líneas maestras de un mastodóntico edificio que antes de su cuarto opus todavía sólo conocía su líder Mackintosh, pero tras la exitosa gira de promoción de aquél y la rotunda confirmación de su regia categoría mediante el lanzamiento este colosal ‘Icon’ (Music For Nations, 1993) ya nadie pudo dudar al respecto; PARADISE LOST dejaban de ser una banda de culto para solo unos pocos, y consiguientemente pasaban a ser un auténtico fenómeno de masas –dadas las proporciones de la escena- absolutamente incomparable con nada que yo hubiera conocido antes, dado que entonces únicamente llevaba un par de años escuchando música Metal.
Tras aquella súbita muda de piel, y el fenomenal estruendo que acaeció con ella, uno no tendría por menos que pensar cómo los británicos, sin más, vendieron su dignidad al apostar descaradamente por una fórmula ganadora y accesible que acercara su producto a un target mucho más amplio que comprara la moto sin hacer preguntas, pero el argumento es tan inconsistente como falaz, ya que no únicamente estamos hablando del disco con el que dinamitaron el panorama internacional de su tiempo, sino también del que muy posiblemente sea (con permiso del rancio y majestuoso ‘Gothic’) su mejor trabajo hasta la fecha, y eso -echando un vistazo retrospectivo a su profundo catálogo- no es precisamente una minucia.
Al punto, resulta obvio como ‘Icon’ revolucionó a un tiempo y a una escena que ya no volverían a ser más los mismos, pero no mediante una apuesta burda o previsible, sino haciendo antes uso de un approach revestido de un gancho y un carácter ganadores que, aunque muy sostenido en otros modelos sobradamente conocidos de antes, irremediablemente sirvió de chivo expiatorio para que de la noche a la mañana todo el mundo quisiera practicar aquel “nuevo” estilo de música; Aunque las cosas son más simples que todo eso: PARADISE LOST fueron los primeros y a fecha de hoy, eso es todavía inmutable.
Probablemente, a muchos sorprendió el hecho de comprobar cómo el nuevo trabajo incrementaba el número de cortes en cuatro más respecto al registro de su anterior entrega (¿Cuánto iba a durar el disco? ¿Dos horas?), pero la decisión deja traslucir su lógica cuando uno indaga y transita su interior, ya que al punto comprende como probablemente la banda debió advertir desde su más temprana incepción como el enfoque escogido para su anterior opus posiblemente no era el que más o mejor iba con ellos. De modo que amoldando a su nueva obra a la estructura arquetípica de los temas de ‘Gothic’ (timing máximo de tres a cuatro minutos) se daba un pequeño paso atrás, aunque en aras de seguir evolucionando.
Sin embargo, se intuye igualmente una voluntad meridiana por romper con una etapa anterior con la que presumiblemente Mackintosh se había ya cansado (¿Qué sentido tiene estirar un chicle hasta el infinito?), y como consecuencia de ello se divisa ya automáticamente desde la monumental y críticamente apoteósica ‘Embers Fire’ como algo había muerto para a renglón seguido dar cabida a lo nuevo que estaba por llegar. ‘Icon’ es un trabajo infinitamente más digerible y accesible que ‘Gothic’ o ‘Shades’, negarlo sería estúpido, pero que tampoco nadie se confunda al analizar el atronador éxito de los ingleses, porque aunque cueste de creer: No siempre detrás del éxito está el dinero, sino que el talento y el genio son también cruciales a tales efectos.
Y es que no hace falta repetirlo: ‘Embers Fire’ es el cañonazo de apertura que sin concesiones anuncia todo lo que se nos viene encima; Y desde luego, no hace falta advertir como el tema es una de las joyas, y de lejos. Inconfundiblemente, desde las simples -aunque majestuosas- notas del solemne teclado de Mackintosh, queda muy claro como no tan solo no nos hallamos ante un corte ordinario de esos que puede escribir cualquiera, sino radicalmente antes ante uno de esos himnos imperecederos que con máxima certeza sabes que van a erizarte los vellos del cogote por siempre más cada vez que los escuches. Como sucede con el caso particular de ‘Icon’, ‘Embers Fire’ es un clásico de clásicos donde invariablemente todo está concebido a lo grande, sin frenos, a sabiendas de lo enorme que es lo que se está pariendo.
En primer lugar, empezando por el ciclópeo e insondable muro de sonido proyectado por el maestro de ceremonias Mackintosh y la inestimable ayuda de su taciturno acólito Aedy (sin palabras). En otro segundo, partiendo de la que sin duda es la mejor colaboración jamás pertrechada entre Edmonson al bajo y Archer a la batería. Pero todo ello no sería lo mismo sin la otra pata que sostiene a la mesa –el alter ego de Mackintosh- y que inevitablemente nos remite a la sobresaliente y magnífica interpretación de Holmes al micro. Mucho se ha dicho ya, sobre si éste nuevo estilo suyo estuvo más o menos apegado (cuando no fusilado) al otrora popularizado por el norteamericano James Hetfield, aunque una vez más tendré que salir al paso para negar tal patochada; Yo no veo esas similitudes (tan escandalosas como dicen); Y ahí dejo el tema.
No obstante, hay que apuntar como la grandiosa monumentalidad a la cual hacíamos referencia anteriormente, no viene tan solo cimentada por la descomunal memorabilidad y pasión del tema con el cual abre el disco, sino que adquiere su dimensión de clásico, al no conocer durante ni un solo segundo de su transcurso la más insospechable brizna de mediocridad o aburrimiento. En este sentido, tanto ‘Remembrance’ como ‘Forging Sympathy’ (momentazo en 02:29) son planchas de acero candente de esas que te dejan marcado de por vida, aunque eso sí: quedan cortas al lado de la soberbia y catedralicia ‘Joys of the Emptiness’ (brutal sección en 01:19; ¡Sin recursos, Gregor!); Otro tema de época que pone de manifiesto la abismal talla musical de Mackintosh como intérprete.
Nada cambia con ‘Dying Freedom’ o ‘Widow’ (brillantes las dos), aunque un poco sí con la joya que justo sigue, no siendo ésta otra que la lóbrega y demencialmente ambiciosa ‘Colossal Rains’; Otro monumento con la firma de Mackintosh, ineludible entre sus mejores piezas. Por su parte, tanto ‘Weeping Words’ como la intachable ‘Poison’ no revelan nada más que el apabullante e incalculable buen gusto que tiene para la melodía el amigo; Ahora bien, éstas dos no son sino la mera antesala al plato fuerte que de veras incluye este sangriento y desaforado derroche de genio llamado ‘Icon’; Como todos debéis sospechar, estoy hablando de la desgarradora y apoteósica ‘True Belief’, himno sagrado de la banda, y ya por extensión del que creo es el mejor tema que jamás ha compuesto Mackintosh. En ‘True Belief’ convergen todas las virtudes que han hecho de PARADISE LOST la inconfundible y sobresaliente banda que innegociablemente son, y alargar más el rollo es simplemente absurdo: Temazo para los restos y punto pelota.
Lógicamente, después de un éxtasis irrefrenable como el liberado justo antes, ya lo que venga tiene que hacerlo por fuerza de bajada, aunque ni ‘Shallow Seasons’, la funeraria pieza de cierre ‘Deus Misereatur’ o menos todavía la maravillosa ‘Christendom’ (¡Atención! ¡Primer tema de la banda que jamás escuché en mi vida!) bajan el pistón un solo instante. Con discos que rompen esquemas como éste, ya uno sabe: Buscar errores es para gente que se aburre mucho.
Hay que matizar algo que ayudará a comprender mejor la innegable importancia de ‘Icon’, y es que -al menos bajo mi punto de vista- a pesar de no ser mi predilecto de la banda, sí es efectivamente el mejor por muchos de los motivos que ya he desgranado anteriormente. Éste fue el disco que definitivamente desató a PARADISE LOST tanto a nivel comercial, compositivo como artístico, y ante eso no cabe sino admirarse, aplaudir (hasta abrirse las palmas) y brindar la más sincera reverencia a cuatro fenomenales acompañantes y a un músico totalmente fuera de serie, porque todo ello fue alcanzado mediante una fórmula que ni conoció en su mezcla a la mentira, la manipulación o la hipocresía. Ya más tarde, Holmes se encargaría de soltar algunas lindezas por su boca (de las que seguro se arrepiente) totalmente desafortunadas y sobre todo injustas para la gente que lo encumbro donde hoy vive, aunque tampoco fuéramos a lavarnos las manos y opinar demasiado a la ligera: La memoria de los hombres es frágil, sí, pero ¿qué somos nosotros también sino hombres?
Estratosférico trabajo, definitivamente imposible de obviar entre aquellos que han hecho evolucionar a nuestra música. Sin más: Obra cumbre en su género.
Valoración: 9.9
Nick Holmes: Voz
Gregor Mackintosh: Guitarra
Aaron Aedy: Guitarra
Stephen Edmondson: Bajo
Matthew Archer: Percusiones