
GHOSTS I
1. 1 Ghosts I
2. 2 Ghosts I
3. 3 Ghosts I
4. 4 Ghosts I
5. 5 Ghosts I
6. 6 Ghosts I
7. 7 Ghosts I
8. 8 Ghosts I
9. 9 Ghosts I
GHOSTS II
1. 10 Ghosts II
2. 11 Ghosts II
3. 12 Ghosts II
4. 13 Ghosts II
5. 14 Ghosts II
6. 15 Ghosts II
7. 16 Ghosts II
8. 17 Ghosts II
9. 18 Ghosts II
GHOSTS III
1. 19 Ghosts III
2. 20 Ghosts III
3. 21 Ghosts III
4. 22 Ghosts III
5. 23 Ghosts III
6. 24 Ghosts III
7. 25 Ghosts III
8. 26 Ghosts III
9. 27 Ghosts III
GHOSTS IV
1. 28 Ghosts IV
2. 29 Ghosts IV
3. 30 Ghosts IV
4. 31 Ghosts IV
5. 32 Ghosts IV
6. 33 Ghosts IV
7. 34 Ghosts IV
8. 35 Ghosts IV
9. 36 Ghosts IV
Vivimos en una sociedad donde la comida rápida, el “mainstream” y el disfrute inmediato se han erigido en sus señas de identidad, inundándolo todo a nuestro alrededor, e infundando a sus pequeñas hormigas obreras (oséase, cualquiera de nosotros) una agobiante sensación de estrés y excitación incesante.
Se nos intenta procurar todo el ocio hecho y masticado en forma de best-sellers, radiofórmulas y cine superficial, aletargándonos para que no andemos rebuscando entre los cementerios del arte obras que de verdad valgan la pena y que puedan definir nuestros gustos y nuestra capacidad crítica. Si ya nos advirtió Ray Bradbury...
Dados los niveles de actividad y presión a la que nos sometemos, hoy en día resulta complicado encontrar algo de tiempo para relajarnos y disfrutar de un buen disco por el mero placer de hacerlo. Una costumbre que se está perdiendo, la de sentarse en el sofá o tumbarse en la cama delante de unos buenos altavoces, y sumergirnos en inmensas marismas musicales.
Por fortuna, de vez en cuando aparecen propuestas interesantes y diferentes que invitan a dejarse llevar, a olvidar por un momento nuestras ocupaciones y trasladar nuestra mente a otros paisajes donde poder evadirnos de la realidad, aunque sólo sea por un breve espacio de tiempo.
Una de estas iniciativas es “Ghosts I-IV”, disco único en su especie y en su concepto, ciertamente inusual para la época en que vivimos. Y el responsable, como no podía ser de otra manera, es el inquieto e innovador Trent Reznor, que no deja de sorprender en una rama del arte donde cada vez parece existir menos espacio para el ingenio y el talento creador.
Ya liberado de una vez por todas del yugo opresor de su discográfica (Interscope Records), Reznor comenzó una nueva etapa en su carrera y en la de Nine Inch Nails. Aprovechando la fama y dinero recolectados hasta la fecha, y haciendo gala de un amor ilimitado por la música, tomó la meritoria decisión de publicar gratuitamente en la red todos sus trabajos, siendo el segundo artista de reconocimiento internacional que lo hacía (tras Radiohead). Un aplauso muy grande para él.
Y he aquí que “Ghosts I-IV” fue el conejillo de indias de tal experimento que, dicho sea de paso, funciono a las mil maravillas.
“Ghosts I-IV” es el anestésico perfecto, el desestresante definitivo, el mejor remedio que puede existir para un melómano. Un relajante sensorial tremendamente efectivo, y un recorrido por los etéreos parajes y las ambientaciones figuradas en la mente del músico.
Al fin y al cabo, el propio Reznor afirma que la premisa a la hora de elaborar este trabajo fue la de dejarse llevar por la imaginación y el instinto, y estimular al oyente a percibir diferentes experiencias, cada uno desde su vivencia particular. "Una banda sonora para soñar despierto", según Trent.
Como complemento, cada canción incluye su correspondiente ilustración, que nos ayudará a formarnos nuestra propia visión onírica.
A lo largo de los 36 cortes instrumentales que componen el disco, y en los cuales el músico cuenta con su habitual nómina de colaboradores (Belew, Ross, Moulder, Cortini), nos deleitaremos a través de pasajes llenos de oscuridad, grandeza, magia, tensión, crudeza, alegría, tristeza, melancolía, intimismo… Y, en todo momento, ese toque “fantasmagórico” al que parece hacer referencia el título, recuperando una producción impecable y un sonido muy en la línea del “The Fragile”.
Precisamente, otro de los puntos en común con esa obra maestra es la variedad casi infinita de texturas, tonalidades y paletas sonoras que Reznor emplea, además de un surtido instrumental extraordinario.
No desgranaremos aquí los temas individualmente, puesto que cada composición es un mundo, amén de que cada persona las interpretará de una forma diferente y muy personal, así que no vamos a quitarle la gracia al invento. Lo mejor es disfrutarlo por uno mismo, lanzarse a vivir este universo de sensaciones y escenarios increíbles de principio a fin y sin pausas.
Puedo asegurar que, una vez escuches las primeras notas de piano de la pista 1, te sumirás en un profundo trance, y ya no podrás desengancharte de esta droga (más bien medicamento sin receta) que es el “Ghosts I-IV”, y que viene bien degustar de vez en cuando para eliminar las tensiones del cuerpo y de la mente, y abstraernos por un momento de la monótona vida terrenal.
Un trabajo extremadamente arriesgado puesto que Reznor, ajeno a todo tipo de modas pasajeras y tendencias musicales, donó gentilmente al público lo que no está habituado a escuchar: una sucesión de breves esbozos construidos a base de simples instrumentales que se suceden en un “collage” lleno de colorido. Y posiblemente lo hiciera como acto de rebeldía, en modo de venganza hacia las discográficas y reivindicando la creatividad libre y sin ataduras comerciales.
Por fortuna, el acogimiento fue excelente por parte de sus fans y de otra gente que supo apreciar la valía y tremenda calidad de algo valiente, novedoso y, por ello, especialmente interesante.
Aunque, de no haber tenido éxito, hubiera dado igual: con este disco Reznor marcó su territorio y, desde entonces, se ha dedicado a hacer lo que ha querido, siempre en pos del arte considerado en su máxima expresión, involucrando a los fans como ningún otro artista ha hecho, escogiendo sus proyectos única y exclusivamente en función de sus apetencias, y dando su cada vez más ancha e imponente espalda al mundo de la industria discográfica que, para él al menos, anda muerta desde hace tiempo.
Una aportación valiosísima a su cada vez más rica y ecléctica discografía.
Trent Reznor: Compositor, intérprete, producción, dirección artística
Atticus Ross: Compositor, programación, arreglos, producción
Alan Moulder: Ingeniería, mezclas, producción
Alessandro Cortini: Guitarra, bajo, dulcémele, electrónica
Adrian Belew: Guitarra, marimba, electrónica
Biran Viglione: Batería