
1. Hello Morning - 0:55
2. Assassins - 3:43
3. Dracula Mountain - 5:11
4. 2 Towers - 7:08
5. On Fire - 4:42
6. Crown of Storms - 5:09
7. Longstockings - 3:17
8. Wonderful Rainbow 1:29
9. 30,000 Monkies - 3:50
10. Duel in the Deep - 6:16
¿Cómo diablos fue posible que AC/DC con 3 o 4 acordes dominaran al mundo? ¿O que Nirvana volviera loca a toda una generación de pubertos en los 90s con una forma tan simplista del rock? ¿O que Metallica vendieran millones y fueran conocidos en cada rincón del planeta a pesar de que sus bandas aledañas eran muchísimo más talentosas que lo que ellos jamás llegarían a ser? La respuesta a cada una de esas preguntas es –sencillamente- el “gancho”. A eso se resume. Cada una de esas bandas, por más minimalista que fuese su propuesta, lograron atrapar al oyente y mover a las masas como muchos grupos ni en sus sueños más lúcidos pudieron lograr. Duélale a quien le duela, así fue y tienen su mérito.
Toda buena música que se precie debe tener como mínimo una pequeña dosis de agarre, de melodía, de ese no sé qué. Porque no importa si eres el más brutal, el más rápido, el más experimental o el más vanguardista si lo que compones no es capaz de quitarle el sueño ni, aunque sea, a tres frikazos. La música sin feeling en lo que a mí respecta no sirve, para eso mejor creamos robots que programen los instrumentos a velocidades sónicas dando como resultado “buenas" composiciones en el sentido más mecánico de la palabra. Y eso aplica para cualquier género por más extremo, complejo o “anti-musical” que sea, dígase Death Metal, Grindcore, Mathcore y demás.
Dentro de estos géneros que se suele pecar de dejar de lado el feeling en pos del extremismo y la tecnicidad siempre aparece un bicho raro que sale de los arquetipos; de entre toda la mugre y la tierra de vez en cuando emerge una semillita que crece y destaca sobre el resto. Incidentalmente aparecen bandas que elevan géneros a límites insospechados. Dentro del disonante e incomprendido noise por ejemplo, caen nombres como Boredoms, los adictivos Melt-Banana o los archiconocidos Sonic Youth que demuestran que el noise –bien mezclado con otros géneros- puede ser más que mucha bulla sin sentido.
Similarmente a estos grupos, otro llamativo dúo se propuso crear una criatura que no iría a constar de más de dos instrumentos –que tampoco los necesita- y que sí, es puro “ruidismo”, pero ¡ruidismo del bueno carajo! Dotado de energía (influencia del dance y el hardcore), garra y muchísimo gancho que hace de su material bastante accesible para oídos no entrenados. Un bajista distorsionado a tope, con toda una paleta de pedales a su disposición; un baterista esquizofrénico que también hace las labores de vocalista. Añádele a eso varios componentes más, como la influencia de grupos de noise nipón (los mencionados Boredoms sobre todo en la vestimenta y la forma de tocar en vivo; Ruins en lo ruidosas y primitivas que suenan las composiciones), bateros de Jazz añejo (Rashied Ali, Milford Graves) y otros baterías modernos como Greg Fox o Zach Hill (influencia notable de este último sobretodo de su trabajo en Hella) más cierto saborcillo heavymetalero/punkarro suculento como cereza en el pastel y el resultado es un exótico manjar para degustar.
Esos son Lightning Bolt señores, que en su placa del 2003 te hacen vibrar hasta los huesos como si presenciaras un terremoto magnitud 10 y te aceleran el ritmo cardíaco como si te hubieses tomado 3 viagras con Red Bull. Nacidos en Rhode Island en plena fiebre grunge (1994) y formados por compañeros de estudio: Brian Chippendale en la batería y Brian Gibson en el bajo; comenzaron tocando “por tocar”, utilizando muchísimos elementos de la improvisación mezclados con noise primigenio. Después de dos álbumes no es hasta su tercera entrega y segundo larga duración –Wonderful Rainbow- que consiguen el éxtasis al combinar de forma cuasi perfecta noise y rock convirtiendo a un género mayormente repudiado por su ruidismo y patrones antimusicales en uno con mucha tela y disfrutable por cualquiera que guste de movidas extremas. Tal como su portada y nombre nos adelantan, esto es ruido, desechos electrónicos y estática, pero con un maravilloso arcoíris oculto entre sus entrañas.
En este disco beben no solo del noise rock, punk y hasta música electrónica, sino que también tiene cierto tufo a hardcore. Una producción cruda y directa, riffs pegajosos y viciantes con una distorsión cercana al feedback; una batería contundente, frenética y a veces intencionadamente imprecisa sumado con una voz distorsionada y distante que aparece en contadas pero acertadas ocasiones son los elementos que pueden apreciarse.
Podríamos decir que esta obra se divide en dos partes:
La primera es caótica, directa, pura destrucción. Hello Morning nos adelanta el despiporre que se viene, dándole tiempo a Chippendale de preparar sus batacas y a Gibson de ir puliendo las 4 cuerdas para la matanza. Suena Assassins y comienza la locura, varias capas de hyper distorsión en un bajo que también hace labores del guitarreo rítmico; un batero que está disfrutando como un maldito enano desquiciado mientras golpea su instrumento pasándose entre el hardcore punk y el free jazz con la misma naturalidad con la que yo me pongo unas medias en adición a una voz inentendible en medio de todo el desorden. Recursos muy marcados que se seguirán explotando en el resto del plástico. Pero nada de esto es al azar, no es ruido porque sí, en el trasfondo es un trabajo melodioso, organizado y muy bien hecho. El "maravilloso arcoíris" se deja contemplar en cada uno de los tracks sin importar lo desenfrenado que se vuelva el trayecto.
En su segunda mitad quitan el pie del acelerador, con temas menos agitados, pero sí envolventes, tirando en ocasiones por el noise más ruidoso, punteos melódicos y la experimentación dando la sensación de improvisación libre. En esta segunda fracción tenemos a Longstockings que inicia de forma engañosa para terminar desencadenándose en puro caos hacia el final muy diferente a 30,000 Monkies que comienza con el cuchillo en la boca marcando riffs enrevesados y una batería aplastante que va creciendo. Pierden en velocidad, pero ganan en lobreguez y demencia con Chippendale machacando su instrumento enloquecidamente dejando notar a kilómetros de distancia sus influencias freejazzeras.
Este dúo dinámico ha llevado a nuevos techos lo que habían hecho hace décadas The Velvet Underground o Ruins pero con un nivel de insania nunca antes visto. Wonderful Rainbow es un disco de “ruido” maquillado que tiene mucha garra y melodía oculta entre un revestimiento de distorsión exorbitante. Te vicia, te envuelve y no te suelta. Suena fresco, primitivo y encantador. Disfrútalo, mastícalo, déjate atrapar porque te prometo que volverás como maníaco masoquista a darle play una y otra vez.
Nota final: 9,6
Brian Chippendale: Batería, Voz
Brian Gibson: Bajo