
1. Jugulator (5:50)
2. Blood Stained (5:26)
3. Dead Meat (4:44)
4. Death Row (5:04)
5. Decapitate (4:39)
6. Burn In Hell (6:42)
7. Brain Dead (5:24)
8. Abductors (5:49)
9. Bullet Train (5:11)
10. Cathedral Spires (9:12)
Para Judas Priest fue su herida mortal el que su cantante de siempre, Rob Halford, decidiera marcharse de la banda para emprender una carrera en solitario. Con él se iba una voz y un carisma que el tiempo forjó y la escena encumbró, hasta ser deificado por gran parte de la comunidad metálica a nivel de generaciones.
Tras 7 años de silencio, los rumores crecieron de un posible regreso de la banda británica, que se encontraba en ese momento buscando cantante. Las respuestas no tardaron en llegar en forma de cintas de numerosas voces que querían ser las de la legendaria bestia ahora muda. La banda fue eliminando candidatos hasta quedarles una lista de 10 aspirantes a vocalista de Judas Priest, donde figuraban grandes voces muy reconocidas del Metal, entre ellas las del ex-Gamma Ray, y hoy voz de Primal Fear, Ralph Scheepers, llegando a ser éste uno de los más cercanos a ocupar el trono abandonado por Halford.
Un día, llegó el batería Scott Travis con una cinta VHS, la tiró sobre la mesa donde se reunía la banda y dijo ”Tendríamos que probar con este chico”. Pusieron el vídeo y vieron a un joven norteamericano que cantaba en una banda tributo a Judas Priest, el chico se llamaba Tim Owens. Tras ver, y sobretodo, escuchar aquella actuación grabada de forma casera, la banda no dudó en llamarlo, a ello siguió un largo viaje en avión de un insomne Owens que no se creía lo que le estaba pasando. Cuando llegó a hacer la prueba, su estado era lamentable, sin afeitar y con notables signos de agotamiento. La banda le dijo que fuera al hotel a descansar y que por la mañana estaría mas despejado para afrontar la prueba; él dijo que ni hablar, que llevaba mucho tiempo esperando ese momento y que no iba a descansar. Su prueba de fuego fue tan sólo una, Victim Of Changes, tras ello, Tipton y Downing se miraron el uno al otro y eso fue todo. Judas Priest ya tenía vocalista, ya podían empezar a componer para dar vida a su primer disco en años.
Pasó el tiempo, hasta que un single irrumpió en las emisoras bajo el nombre de Bullet Train, el más digno emisario de lo que se avecinaba, un nuevo decálogo que dictaba la concepción del Metal moderno desde el prisma de uno de los pilares fundamentales del género. Ya todo el mundo sabía, mediante aquellas guitarras saturadas en distorsión y esos guturales hermanados a agudos, el sendero que habían tomado los ingleses tras su resurrección. Jugulator veía la luz el 28 de Octubre de 1997.
Queriendo romper un poco con el pasado y mostrarse más renovados, la banda quiso mostrar un nuevo capítulo de su existencia, pasar página, por lo que cambiaron su logo, tanto el rótulo como el símbolo, aunque por fortuna no renunciaron a su cuero negro de siempre y Mark Wilkinson volvió a colaborar en la portada, esta vez pixelando el resultado para dar un aire más modernista, ilustrando con maestría a una especie de antagonista de aquel salvador de alas de acero que creó para Painkiller. Esta criatura de más oscura aleación, en vez de venir de los cielos como aquel mesías cromado, parece ser vomitado desde las fraguas del Infierno. Si Painkiller era ‘mitad hombre y mitad máquina’, éste era ‘parte demonio, parte máquina’, como rezan respectivas letras, por lo que este regreso de la banda se mostraba más agresivo, contundente y oscuro en todos sus ámbitos, aunque para ello tuvieron que sacrificar parte de su identidad.
Por otro lado, Owens aportó una nueva dimensión a la banda, con tesituras que le permitían alternar los dos extremos del grave y el agudo, imprimiendo diferentes fuerzas, modernas y clásicas, en un mismo terreno. Pero ese equilibrio sólo era mostrado por el cantante, ya que en cuestión de composición y ecualización de guitarras, a la banda esta vez se les fue de las manos su propio ritmo evolutivo, puesto que este Jugulator carecía de esa equidad entre clásico y moderno de la que gozaba Painkiller, sonando este regreso demasiado distante a lo que Judas Priest significaba por pura raíz y esencia. El otro punto negativo de este disco recaía en la poca imaginación en los títulos y en las letras, todas ellas escritas por Glenn Tipton, tan sólo salvándose los dos últimos temas, el enloquecedor vértigo que a quemarropa nos insufla Bullet Train y la corrosiva melancolía de Cathedral Spires.
Pese a esas dos excepciones que marcan los dos cortes finales, se notaba a nivel general que faltaba la ‘pluma’ de Halford y sus poesías tipo The Rage, Jawbreaker, All Guns Blazing, en las que repartía calidad, sutileza y elegancia hasta en la temática más violenta u obscena. En cambio, en este Jugulator, las letras suelen ser en su mayoría demasiado explícitas, quizá buscando también amoldarse al rudo argot que nació en el Metal tras ese ‘spread the word’ que divulgó Phil Anselmo de Pantera a principios de los ’90, y extendió a bandas venideras, sumándose por ello también alguna que otra temática política o bélica en este Jugulator (Blood Stained), ya abandonada desde sus remotos ’70, mezclando esa rescatada temática del ‘Tirano’ y su ‘Genocidio’ con la violencia gore que empezó a mostrar el Thrash y sus subgéneros más oscuros, con temas como el cruento Decapitate entre otros. La banda tomó todos esos elementos que marcaron esa década de los ’90, pero con tanta notoriedad que sorprendió al público, para unos, gratamente, para otros, no.
Mucho tuvimos que abrir nuestra mente, los que cedimos, para encarar este álbum y disfrutarlo, canción por canción…
Terroríficos sonidos mecánicos se desenvuelven rítmicamente a modo de bucle, haciendo chirriar y golpear sus engranajes y cadenas en un guiño Industrial que sirve de fondo para que emerja poco a poco, acechadora, la infame bestia de hierro y acero, entre mugidos de saturadas guitarras, que caóticas dan ambiente a un grueso y tétrico arpegio. La atmósfera no podía ser más idónea para soltar a esa nueva criatura que abría y daba nombre a un álbum de Priest, Jugulator extendía sus uñas y dientes en forma de afilados riffs, avanzando a nerviosos y cambiantes pasos, desesperado al acabar de ser concebida su vida y su hambre. El dinamismo de este tema, cargado de estructuras que tan rápidas se resuelven una tras otra, es colosal, sumiéndonos en su tensión, su acción, su persecución, dotado de un empuje que trota, después galopa, para en seco, después retoma, en una coreografía de su propia inercia que enardece, siendo todo ese ataque narrado con saña y entre dientes por la nueva voz del grupo, un Tim ‘Ripper’ Owens que se recrea en la masacre que obra ese ser ‘parte demonio, parte máquina’, cambiando de raucos graves a limpios agudos con una facilidad pasmosa, creando rabiosos contrastes que dan mucho poder al tema. El desenlace de este corte, ralentizado y gutural, recuerda pero en un matiz más extremo a aquel final de Grinder del mítico British Steel. Un buen comienzo, y muy honesto para mostrarnos el sonido del álbum.
Blood Stained nos habla de la guerra, de la barbarie humana, de cómo todo acto, todo instrumento, puede llegar a estar ‘manchado de sangre’. Habla de la limpieza étnica y en general de la violencia que vivimos día a día. La canción es una apisonadora que pone al mundo en su sitio, con un estribillo claro y conciso, llevado a una guturalidad que lo hace muy compacto.
Un amenazante gruñido canino abre Dead Meat, un tema muy Thrash, con unas guitarras muy prietas y punzantes. El tema viene a hablar de forma muy extrema del ser uno mismo, y de mantenerse firme ante todo, sin que ni siquiera la peor de las torturas nos hiciera cambiar, nos hiciera traicionar ni a nosotros mismos ni a nadie. Nunca rendirse, nunca obedecer, llevándonos el tema no a uno, sino a dos puentes cantados diferentes entre sí y al cual más desafiante, siendo ambos el preparativo perfecto para ese genial estribillo que dice ”Todos somos carne muerta, cortad, vernos sangrar”, con una línea vocal muy expresiva y poderosa, hermanando sentimiento y saña con muy buen tacto. Tema muy visceral y thrasher, manteniéndose tal talante durante casi todo el álbum.
El primer (y único) punto flojo lo trae el malogrado Death Row, un tema muy insípido, sobrecargado de partes habladas de fondo, como voces en off, y con un estribillo muy infantil y pavo en su soniquete, que no convence de ninguna manera. El tema trata de la pena de muerte, pero con un toque de humor negro muy soso, que sólo les hará gracia a ellos, porque a mí al menos, no. Y es curioso que tal tema fuera llevado a los escenarios, mientras que justo el anterior, siendo un cañón, no conoció la luz de los focos. Pese a una década ya teniendo este álbum en mi poder, aún no ha conseguido atraparme este cuarto corte, y si no lo ha hecho ya a estas alturas, creo que es tarde para seguir intentándolo.
Decapitate en cambio, pese a no estar entre los mejores, tiene su encanto. Es un medio tiempo muy pesado y oscuro que sin excesiva sofisticación se resuelve con éxito, con la sola ayuda efectista de una escueta frase en off en su ecuador y ese seco zumbido de hacha que nos ataca de vez en cuando con gran efectividad, donde el viejo truco del paneado en el estéreo nos hace sentir de lado a lado en nuestras carnes ese tan realista y presto hachazo que nos decapita.
Más rockero, pero no exento de oscuridad, nos viene Burn In Hell, con un deje muy James Hetfield de Metallica en la voz de Owens, pero alternado por esos gritos imposibles, donde tienen cabida de un solo golpe el agudo, el ronco y el vibrato (parecen los nombres de un trío ambulante de cantantes cutres :-P), técnica que sólo se la he escuchado al dios Halford y al gran Eric Adams de Manowar. A mitad de tema, la melodía tan thrasher que suena a modo bucle y después es empujada velozmente por las baquetas y mazas de Scott Travis, crean el mejor momento del corte. De esta canción llegó a hacerse un videoclip, siendo éste uno de los temas más importantes y más heavies del disco.
Un sonoro frenazo seguido de una colisión nos mete en situación para Brain Dead, título que engaña por su tosquedad, aquí no nos mancha la casquería que se espera de un título así, más digno para una banda de Death Metal, aquí es otro camino el tomado, más profundo y sentido del que se cree. El tema se sensibiliza con las víctimas de accidentes de tráfico que se ven postrados para toda su vida en una silla de ruedas. La letra es bastante fuerte y opresiva, llevada por un medio tiempo de riffs graves y sinuosos, de gran elegancia y contundencia (su riff base es uno de los mejores de todo el álbum). Aquí también se nota la versatilidad del joven vocalista, con un ‘hello’ agónico que intenta llamar la atención desde su inmovilidad, encarnando a la víctima, siendo así más dura la canción al ser cantada en primera persona, y más duro aún ese intermitente pitido que emula un encefalograma. Un tema algo incómodo por su temática pero atractivo por su música. Hay que hablar de todo, es lo que tiene el Metal.
Un sugerente arpegio nos ‘abduce’ para meternos en la piel de una víctima de experimentos alienígenas, que cuenta las salvajes abducciones que sufre. Abductors es otro mid tempo de tantos que llena el álbum (de eso quizás abusaron demasiado), que aplastante se abre paso hacia nosotros, sorprendiéndonos a mitad de tema con una calmada parte acústica que entra de forma súbita, muy bien ubicada, para después retomar la tralla. Con tan inesperada tesitura, tan dulce, con la que entra Owens en la parte acústica, parece que dice ”Mientras me dejéis de vuelta en mi cama, me da igual lo que me metáis por el… oído”. Abducido me deja este tema.
Un eco de rumores como de una estación se deja oír como evanescente, hasta que irrumpe el fragor fugaz de ese Tren Bala que marcó la vuelta del Sacerdote. Bullet Train irrumpe con cierto alma Thrash en su melodía inicial, como de unos Slayer rendidos al sacerdocio del modernismo, y pronto entra ese grito con el que se dio Owens a conocer y juzgar, con esa limpia escala de grave a agudo que se arquea hacia su cenit, poderoso en su eco y fuerza, brillante. La canción irradia una energía incendiaria, tanto por el cabalgar de la batería de Travis como por esos riffs asesinos y ese grandioso puente al estribillo, donde dos textos, dos párrafos diferentes, trabajan al unísono, uno por delante de tesitura más melódica y otro por detrás a modo de coros guturales que van lanzando las sílabas a cañonazos, creando todo ello un resultado atronador, y una antesala perfecta para el titánico estribillo, mítico ya desde su nacimiento. Los solos, al igual que en todo el álbum, se revuelven con fiera esencia Thrash, la misma que ostentaban los dedos de Kerry King, siendo los de esta novena pista los mejores solos de todo el álbum. Apabullante final, con esos energúmenos ‘Huo!’ que lanzan los coros hasta ser rematado el tema por ese oscuro ‘Bullet…!’ que arrastra su severo aliento. Bullet Train obtuvo un Grammy en 1999 por Mejor Performance de Metal, era de esperar.
Cerrando el álbum, el tema más extenso. Con sus 9 minutos de vida, Cathedral Spires nos cuenta su agonía, su erosión, en una power ballad que empieza acústica y rompe en saturadas guitarras. Muy épico y emotivo el estribillo, llevándonos desde sus propias cenizas a la gloria, cual ave Fénix, y dándole un acabado elegante y etéreo a este demonial y rudo Jugulator.
Debíamos aceptar que aquello era parte de esa evolución y esa sangre nueva al frente que había hecho cambiar los matices de la banda. Además, según declaraciones del grupo en una entrevista, esa fiereza era traída por sus ansias de tocar después de tantos años de inactividad, creando con este álbum una válvula de escape que descargara de una vez toda la energía y rabia acumuladas.
Es gracioso que en aquellas mismas entrevistas con las que la banda presentaba y defendía su nuevo sonido, dijeran que sentían vergüenza ajena al ver a Halford en bermudas en aquel proyecto suyo de Fight, como diciendo que había renegado del Metal. Digo esto porque escuchando Fight y después lo que fue haciendo Priest en esta era ‘Owens’, con aquel posterior Demolition y su vergonzoso corte ‘rapeado’ de Metal Messiah, se llega a la lógica y aplastante conclusión de que Rob con sus bermudas y su ansia de evolución logró ser más metálico y genuino que Judas con su cuero de siempre... Está claro que el hábito no hace al monje. Menos mal que en este álbum que aquí nos ocupa aún no habían coqueteado con el Nu Metal, cosa que no tardaría en llegar y les llevaría al peor y más oscuro abismo de su carrera.
Aquella herida mortal para la banda, surgida por la salida de Rob Halford, pudo sanar, pero dejó una cicatriz que no desaparecería hasta que aquel que fue siempre su voz, regresara. Pero para ello aún había que esperar, esperar a tiempos mejores.
Tim ‘Ripper’ Owens - Voz
Glenn Tipton - Guitarra
K.K. Downing - Guitarra
Ian Hill - Bajo
Scott Travis - Batería