
1. Wildest Dreams (3:52)
2. Rainmaker (3:49)
3. No More Lies (7:22)
4. Montségur (5:50)
5. Dance Of Death (8:37)
6. Gates Of Tomorrow (5:12)
7. New Frontier (5:04)
8. Paschendale (8:28)
9. Face In The Sand (6:31)
10. Age Of Innocence (6:11)
11. Journeyman (7:07)
Siempre hubo la misma división de opiniones respecto a la línea evolutiva de Iron Maiden, por una parte, los que dicen que la banda repite fórmula hasta la saciedad, por otra, los que aseguran que con el tiempo se fueron desarraigando de su propio sonido. Yo en cambio tomo de ambos frentes un enfoque más optimista y los fundo en una sola opinión: Iron Maiden han vivido en constante y notoria evolución, pero manteniendo intacta su identidad musical, conservando los aspectos más básicos que los definen y que los hacen únicos en toda la historia del Heavy Metal mundial.
Al contrario que Sansón, el retornado Bruce no perdió sino ganó fuerza al cortarse su melena legendaria, aquella que no veríamos más ondear como lo hizo bajo los focos del faraónico World Slavery Tour, siendo ese mero detalle un simple pero memorable ingrediente de ese mágico ‘todo’ que fue Live After Death en su versión audiovisual, siéndonos recompensada esa pérdida (como si nos hubieran pelado a nosotros) al ver a ese espadachín cantar y correr sobre las tablas con más poderío que antaño en otro memorable evento que fue Rock In Rio (2001), doble en vivo que inmortalizó la presentación en Brasil de aquel monumental Brave New World (2000) con el que tan dignamente celebraron el regreso al seno de la banda de este front-man y el gran Adrian Smith. Al resto tampoco parecía que el Tiempo les hubiera sustraído o reclamado nada, quizá premiándoles el Destino por haber alegrado los corazones de varias generaciones con su magia sobre el escenario.
Ya vivido todo eso, los de Harris continuaron su ciclo lanzando Dance Of Death, de calidad algo más baja en su conjunto, pero tomando relieve en él ciertos cortes que lo hacen ser un álbum muy interesante, prácticamente como todo lo que han dado vida estos insignes sajones del Metal clásico.
Aunque he de decir que la presentación de este álbum no fue nada agraciada por dos razones, una fue ese blanduzco single de adelanto llamado Wildest Dreams, y la otra esa horrenda portada de infografía apresurada, donde ya el encanto y misterio de Eddie se fugaba por la red de píxeles, echándose mucho de menos a ese Derek Riggs, el mismo que en el artwork de Killers ilustró la que siempre será para mí la mejor sonrisa de la historia del arte, sin el esfumato que dio Leonardo a los labios de su nena Gioconda siglos atrás, pero con una expresividad arrebatadora, maléfica a la vez que entrañable, carismática e histórica.
Tan lejana a ese suculento y nostálgico influjo de los ’80, desde luego que esa invitación tan sosa al baile no me satisfizo mucho, aunque menos mal que accedí, pues sin ser de las mejores fiestas, es otra velada que queda para el buen recuerdo, llena de gratas sorpresas (para los que piensan que siempre hicieron lo mismo) y de viejas sensaciones (para los que aseguran que ya no son los mismos). Bailemos la danza de la Muerte…
Abriendo telón, la placenta de aquel más que decente The Wicker Man, en vez de ser tirada a la basura, fue guardada para luego ser expuesta como opener en este Dance Of Death bajo el nombre de Wildest Dreams, de lacio riff y pavo estribillo, que más vale que se hubiera quedado como cara B para un single que nunca se lanzase que como buque insignia de un álbum que tiene joyas más importantes que esa agria anécdota transformada en canción. No pienso ensañarme más… Ya que no me paras, lector/a, me paro yo.
La magia llega tarde pero llega… Resplandeciendo de optimismo y vigor, Rainmaker hace florecer sus notas con clase, interpretando el trío de fina cuerda una partitura marca de la casa, una melodía doncellesca filtrada por los patrones de la madurez de una banda que fue suavizando los contornos de su música, puliendo sin llegar a la raíz, sin dañarla. Esta canción posee dos de las mejores melodías del álbum, la que hace de riff de apertura (y de cierre) y la tan entrañable que brota tras el solo de Murray [2:23 - Divina]. Esa vieja esencia restaurada se intercala con la originalidad de la estructuración en sí de la pieza en la sección vocal, curiosa ésta…
’verso/puente/estribillo/puente/estribillo/[solos]/estribillo/puente’; extraña correlación con la que el jurado popular aún así gritaría al unísono la palabra “Comercial”, pero que siendo ordenada de tal forma y aunque potencie los estribillos, y por ser condensada con tanto estilo en esos 3 minutos y 49 segundos mágicos, yo sólo podría decir una palabra: “Gloriosa”. Eso sin contar las rejuvenecidas tesituras de Dickinson aquí, las de un atemporal titán del género como es él, que empuja con brío y claridad este buen tentempié sonoro, digno single que tuvo que ser el primero, el que rompiera el silencio de la banda hacia el Mundo para prologar este trabajo que nos ocupa.
Como un mejorado reflejo de la era Blaze, No More Lies llega siguiendo el ya algo trillado protocolo de la banda, calmo y acústico al principio, cañero y eléctrico después, siendo increíble cómo las tres mismas melodías con las que iba despertando el tema plasman temperamentos distintos al ser más tarde electrificadas, e impulsadas por el enriquecedor percutir de Nicko, siendo la tercera de ellas la que más encarniza la canción [4:29], movilizando masas con su ardor guerrero cuando al principio lloraba en delicado susurro, justo antes de que se presentara Dickinson con su melancólico texto.
Épica basada en hechos reales, ésa es una de las plausibles constantes de aquellos que musicalizaron la huella de Alejandro Magno y Genghis Khan en nuestra fiel historia del Hombre. Iron Maiden nos volvían a ilustrar con Montségur, aquella fortificación francesa que en el siglo XIII fue el último reducto de los cátaros, que siendo centenares se defendieron contra miles en un asedio que duró diez meses, y todo ello por culpa de una religión autoproclamada verdadera que los arrinconó en el célebre ultimátum de conversión u hoguera. Vigoroso Dickinson en sus notas más altas, cantando enérgico sobre un ferviente entramado de melodías a la cual más mítica, conservando la banda su propio tesoro dinástico en el género, al igual que aquella ciudadela que quizá custodió las reliquias de los tesoros de Salomón. Cada una, música y letra, defiende su propia genealogía.
Influencias celtas y medievales atraviesan el prisma de Harris para ser proyectado el tema central… Dance Of Death nos invita a esa mascarada mortuoria, misteriosa y romántica, que Bruce narra con suspense para luego convertirse todo en la fiesta que es en sí misma, un brioso Mester de Juglaría eléctrico que es canto para los vivos y para los muertos, como un himno popular de algún pueblo remoto y arcaico, pero transmutado a Metal contemporáneo por ese atanor en forma de Doncella de Hierro.
Como un Lord Of The Flies más lumínico, van entrando las sutiles guitarras de Gates Of Tomorrow, una canción que tras catapultarnos con la pasión de su pre-chorus, se dilata apacible en un genial estribillo cuyo remate melódico que da Dickinson me recuerda al Ozzy más bucólico de aquel ’Volumen 4’ de los Black Sabbath. Adoro ese jalear que se escucha de fondo (quizá vociferado por Nicko, muy propio de él) con el que se alza esa melodía tan grandiosa después de la primera tanda de estribillos [2:53], un momento realmente intenso que marca uno de los lapsos más memorables de esta obra.
El tema 7 lleva adjunto un dato anecdótico en sus créditos, pues es la primera colaboración de Nicko McBrain en una composición de Maiden. New Frontier tiene un algo mágico en su estribillo que lo hace sonar fresco a la vez que añejo, como aquel chorus de The Fugitive pero con una placidez y aura que entra más fluida y más hondo en el oyente. La posible trascendencia en el álbum de este tema crece gracias a esa melodía que nos apabulla amablemente en el minuto 3:25, rebosante de nervio y belleza, y comandada por McBrain con esa expresiva cinética con la que dinamizó joyas longevas como Somewhere In Time. Esa melodía gana en riqueza cuando es visitada en su pleno fervor por otra guitarra, que va aterrizando con su propio trino hasta ceñirse a esa estructura, pero cambiando el contexto de ésta con sus propios argumentos, alzando ese hermoso entusiasmo que imperaba a un grado extra de emotividad. Prodigiosos estos ingleses, que me digan ahora que su esencia murió…
”En un campo extranjero él yace,
Soldado solitario, tumba desconocida…”
Y llegamos por fin a ese gran monumento vanguardista que es Paschendale, un homenaje a los caídos en la batalla de mismo nombre, una de las mayores que se libraron en la Primera Guerra Mundial. He de decir que esta canción al principio no me agradó mucho por lo extraña que era, con ese aséptico tapping de Adrian que parecía un sintetizador y esa inesperada sucesión de pasajes, tan lejana a la estructuración standard de una canción común que me parecía desconcertante, no lograba acomodarme a ella ni asimilar su ‘todo’. Pero cuando me familiaricé más con esta ambigua pista 8, llegué a la firme conclusión de que es una de las piezas más prodigiosas y ambiciosas que ha firmado esta banda en materia de tema extenso. Ese espacioso riff de hecatombe con el que se alza el tema, un bombardeo al que se une el guerrillero Dickinson con su texto, seguido del elegante paso marcial con el que luego nos mecen (”Laying low in a blood filled trench…”), con ese fugaz guiño de Bruce a Dio en la melodía de ”On my face I can feel the falling rain…”; su hímnico y regio estribillo… Una pieza minada de momentos álgidos que te hace mantener un trance de expectación y emoción que pocas canciones logran… ”Into jaws of death we go…”, cerrando Bruce gradualmente esa última vocal para potenciar su torrente operístico… En fin, no hay recoveco en la canción que te deje indiferente, toda es intensa en su odisea.
La mecida marcial retorna con un aire más trascendente y sentido en ”Cruelty has a human heart…” (“La Crueldad tiene corazón humano…”), haciendo de isla entre el tempestuoso mar de melodías grandilocuentes y solos de corte clásico que nos agitan, hasta que se aposenta imperial lo que para mí es el sumo cenit de toda la pieza… Dickinson entra pletórico, como si a brazo extendido hacia las masas coronara la plataforma más alta de tu escenario mental, entonando ese ”Blood is falling like the rain/Its crimson cloak unveils again”, repitiendo los majestuosos teclados cada una de las pasionales líneas melódicas del front-man, como un eco espiritual de epopeya que lo llena todo... Voz y música que juntas yerguen vellos y activan lagrimales como muchas grandes bandas sueñan y no logran.
”Ved mi espíritu en el viento,
Cruzando las líneas, más allá de la colina.
Amigo y enemigo se encontrarán otra vez,
Aquellos que murieron en Paschendale”.
Tras semejante suite de innovadora épica, magistral teatralidad y poesía conmovedora, el álbum decae notablemente, con un Face In The Sand que no levanta cabeza (nunca mejor dicho) frente a tanta gloria experimentada desde el segundo corte hasta el gigante que antecede a este ‘Rostro en la Arena’, de doble pegada de bombo, ambientación trascendental y un Dickinson al límite de sus posibilidades, regalándonos luego éste una suculenta antesala al estribillo, de arcana tenebrosidad. Encendiendo la tenue aurora de Age Of Innocence, esa hermosa melodía de guitarra me recuerda a los lapsos más brillantes del sombrío The X Factor, hasta que el tema nos asalta con una contundencia más propia de aquel Dickinson en solitario revisado por el perito Roy Z, pero con un meloso estribillo cuya línea vocal y texto merecen la pena saborear: ”La edad de la inocencia se está apagando como un viejo sueño”.
Journeyman parece contar la propia vida del grupo, una vida de continuos viajes por todo el globo presentando sus creaciones, encarando los albas y las puestas de sol de tantos horizontes durante décadas, siendo ésta la primera balada totalmente acústica de esta banda (sin duda influenciada también por la carrera en solitario del piloto espadachín). Aunque ensoñadora y deliciosamente campestre, a mí al menos se me hace un poco pesada por ese estribillo de pedante bardo, pero siendo un buen tema de cierre para darle una plácida muerte al disco.
Pese a sus puntos negativos, mucho más alto es el porcentaje de buenos momentos que ofrece Dance Of Death, por lo que este álbum no puede perdérselo ningún seguidor de esta banda legendaria, pues como en todas sus grabaciones, hay en él muchas maravillas encerradas para ser sentidas y recordadas, siendo éstas las que siguen demostrando y defendiendo la altura y valía de este sexteto, que siendo quinteto imperó en la penúltima década del siglo XX como una de las bandas más grandes que dio el Heavy Metal, conservando su haz y porte hasta nuestros días. Apréndanse los pasos de esta Danza de la Muerte, para cuando os llegue la hora de… valorarla.
Bruce Dickinson - Voz
Steve Harris - Bajo / Teclados
Dave Murray - Guitarra
Adrian Smith - Guitarra
Janick Gers - Guitarra
Nicko McBrain - Batería