
El tiempo no es lineal, es cíclico. Es lo que he podido concluir al escuchar música, porque de haber sido continuo, las creaciones artísticas quedarían aplastadas para siempre bajo enormes capas de polvo. Pero lo que suele pasar es justamente lo contrario, composiciones de hace décadas se vuelven tendencia hoy, en un afán por revivir o quizás descubrir el ayer. No hago más que sorprenderme cada vez que reinicio el reloj y viajo en el tiempo, porque me doy cuenta que en esta odisea llamada vida, todos los humanos compartimos una conexión que va más allá de lo terrenal. Yo no creo mucho en la espiritualidad, pero lo más cercano que he podido experimentar es el lazo invisible que hace que nos sintamos identificados con gente del pasado y también gente del futuro.
Glen Branca es sin lugar a ninguna duda uno de esos artistas para sentarse a contemplar sus viajes auditivos, que sin decir nada te lo dice todo, y que con aires de modernidad resulta que sus obras estaban ancladas en el tiempo. Como un buen vino y saber envejecer, el material de este peculiar hombre se disfruta más ahora, ahora que comprendemos tantas cosas, ahora que caemos en cuenta lo adelantado que estaba ese sonido a su tiempo. Quien lo escuche seguro piensa que es imperdonable haber dejado semejante pieza reposar durante tantos inviernos, pero cuando lo ves con los lentes rosas puestos, la realidad es que esto era un regalo, pero no para los adictos a la música en los 80s, para nada. Este es un regalo para nosotros, la gente del futuro.
Aunque en general, hay que decir que esa escena de finales de los 70s y principios de los 80s de Nueva York es uno de los mayores obsequios de la humanidad en material musical. Poquísimos movimientos más vanguardistas, creativos y únicos se me ocurren que aquel denominado No Wave en la que destacaron tantísimas joyas entre las que se pueden mencionar el material de los primerizos Swans y Sonic Youth, o los energéticos The Cortortions. Glen Branca claro, era parte de este movimiento.
El no wave busca justamente ser una corriente anti musical, satírica, que rompe los esquemas del famoso new wave de aquel entonces, convirtiéndose en la antítesis de un género, la oveja negra de la familia, plantándose en el underground como un gigante enorme que todavía en los tiempos que corren genera una influencia digna de estudio. Es lo que pasa cuando en una ciudad tan diversa como New York se alinean los astros para crear el contexto idóneo en el que existen unas ganas terribles de estar a la vanguardia. Estos músicos no solo se ponían a ellos mismos a prueba, sino que elevaban la propia música a sus límites más estridentes.
Y dentro de esta tendencia entonces surge este hombre que sube ese listón aún más alto, y jugando con muchísimos elementos, el llamado microtonalismo, muros y muros de experimentación guitarrera, elementos de minimalismo y por lo tanto de música clásica, todo empaquetado en un EP que aun hoy hace que cualquier se pregunte cómo fue posible, tan atrás en el tiempo, que alguien facturara algo como esto. Y es lo que pasa con la creatividad y los músicos más extravagantes, muchas veces la sociedad de entonces simplemente no está lista para escuchar algo como eso y hace falta que pase mucho tiempo después para que tenga la repercusión que merece.
Lesson No. 1 en pleno 1980 es una expresión del no wave más indigesto, cargado de disonancia, pero cuando digo disonancia es a unos niveles donde ya se vuelve extremo. El frío y seco vacío llevado al plano musical, el track Dissonance es una de las mejores representaciones que se me ocurren de todo el movimiento. Es justo de lo que se trata, ir contracorriente y experimentar sobre esquemas convencionales. Pero este EP no solo se limita a esto, aunque el No Wave impregnado aquí es muy bueno y particular, lo verdaderamente sorprendente no se percibe ahí, sino en los momentos donde Branca juega con el minimalismo.
No se me ocurre nadie que para la época supiera utilizar tan bien instrumentos del rock de toda la vida, para composiciones clásicas que encima tenían ese deje del sonido de Nueva York. Y es ahí donde estas composiciones brillan, resaltando vestigios de géneros que no saldrían hasta una década después. Sobre todo, el primer tema y el bonus track, siendo composiciones clásicas llevadas a la guitarra y agotando el recurso de la repetición para entretejer capas de texturas que se van entrelazando hasta contener incluso varios tempos juntos en una misma canción comunicándose entre ellos como si tuvieran vida propia; curiosamente esos elementos y esa forma de componer y ejecutar estos instrumentos es lo que más adelante se comprendería como post-rock.
Y ojo, porque estamos hablando de un EP que se lanzó una década antes de que se lanzaran discos claves y primerizos en ese género. Si Branca fue precursor, es algo que nunca sabremos con certeza, pero lo que ya nadie puede negar es que su tan característica forma de componer y ejecutar, estaba muy adelantada a todo. Y fue tanto así que ha tenido que pasar muchísimo tiempo para que siquiera se haya iniciado a apreciar el valor que esconden todos estos discos. Glen Branca era un maestro de las texturas y los muros de sonido mucho antes de que muchas bandas de drone metal y post rock invadieran los oídos de todos cual inundación.
Hay mucha tela que cortar, demasiada. El contexto que se vivía en aquel entonces y la influencia que ha tenido o pudo tener este hombre da para un ensayo. Pero prefiero dejar eso para su más relevante (aunque tal vez no mejor) The Ascension. Por ahora, me atrevo a decir que no puedes terminar de entender a gente como Swans, Sonic Youth, géneros como el drone metal, el post rock y sobre todo el no wave, sin escuchar a Glen Branca. Un viaje musical que no tiene punto de comparación, este EP junto a su debut de larga duración, son trabajos imperdibles, que una vez te decides como yo, a retroceder en el tiempo, te hará muy feliz el por fin haber cortado las limitantes y haberte subido al barco de las conexiones invisibles y atemporales.
9,7
Glenn Branca: Guitarras, composiciones, arreglos
F.L. Schröder: Bajo
Stephen Wischerth: Batería
Michael Gross: Guitarras
Anthony Coleman: Órgano, teclados
Harry Spitz: Martillo (?)