
1. Looking for Someone (7:08)
2. White Mountain (6:43)
3. Visions of Angels (6:53)
4. Stagnation (8:49)
5. Dusk (4:14)
6. The Knife (8:56)
Una de las anécdotas que más se repiten en la música y que más me irritan, son las que surgen cuando a alguien se le pregunta: “¿Conoces el grupo Genesis?”, a lo que muchos responden: “Sí, la banda de Phil Collins”. Lo siento, pero eso me hace morderme los párpados, por muy imposible que parezca tal tarea.
Los que mínimamente se hayan adentrado en las lindes del Rock Progresivo y tengan el más mínimo buen gusto, sabrán que, ya no sólo los mejores, sino los verdaderos Genesis siempre fueron los de su primera etapa, la genuina, obvio. Los de Peter Gabriel al frente, esa especie de chamán de otra orbe, de voz inquietantemente aniñada, que se disfrazaba en escena para interpretar las figuras fantásticas de esos mundos paralelos que rezaban las letras de los primeros trabajos de la banda, nada que ver con la tan mundana chapuza musical en lo que se convirtió esta bella criatura de fábula mística cuando el celebérrimo Phil Collins se aferró a sus crines, pasando de las baquetas al micrófono una vez ausentado el irremplazable espíritu del Caballero de la Luz Lunar.
No quisiera echar por tierra el trabajo de esos Genesis de los ’80, su época de mayor fama y esplendor, pero si comparamos los mejores de esos trabajos posteriores (Duke de 1980, por ejemplo) con cualquiera de aquellas joyas campestres a la vez que siderales que aterrizaron en los setenta bajo nombres como Nursery Cryme o Selling England by the Pound, éstas últimas mencionadas dejan a las de la cosecha ochentera a la altura de un suspiro afónico. Y es que no comprendo cómo un vulgar vinilo podía apelmazar en sus surcos un universo tal como el que forjó con sus instrumentos este combo británico en su primera etapa. Pero lo que menos comprendo es que el ciudadano de a pie diga que Genesis es la banda de Phil Collins cuando éste no fue ni co-fundador siquiera, incluso entró mucho después de que se fundara el grupo. No sé qué me desconcierta más de las dos cosas, aunque prefiero recrearme en la primera, que sin duda es la que me sienta bien.
Y es tan abismal, cósmica diría yo, la diferencia entre los Genesis de los ’70 y los de los ’80 en cuanto a calidad sobretodo, que incluso tomando como ejemplo el LP que quizá menos trascendió en el reinado de Peter Gabriel, su era y por ende la setentera fulmina con pocas notas a aquel artificial Pop multiplatino que tan bien conocen las grandes masas. Sirva como ejemplo este Trespass del que me dispongo a hablaros…
Después de su elepé debut de 1969 titulado From Genesis to Revelation (que así es como iba a llamarse en un principio la banda), Genesis entraron por primera vez en el famoso Trident Studios para entre Junio y Julio de 1970 gestar a su segundogénito discográfico, que acabó viendo la luz el 23 de Octubre de ese mismo año. En aquel estudio de los hermanos Sheffield, Peter Gabriel cantó sus textos y pasó por sus labios tanto la flauta como el oboe (no sé si también algún porro, eso no viene en los créditos), completando su labor de hombre-orquesta con el acordeón además de la pandereta y un bombo a parte como apoyo a la delicada pero intrincada percusión ejercida por John Mayhew, base rítmica culminada por el dulce musitar del bajo de Mike Rutherford. Éste último también se colgaría la guitarra acústica de doce cuerdas para apoyar a las otras doce de Anthony Phillips, guitarrista de rigor que también pasearía su eléctrica aplicando con ella un lenguaje gratamente bizarro, aportando mucho para el tan peculiar sonido de esta banda única cuyos patrones extraterrenos no se repetirían más, salvo en los dos full-lenghts proverbiales que llegarían después de éste, los ya citados ”Nursery…” y ”Selling…” (mas un no mucho menos brillante Foxtrot y un directo, ambos de por medio), clausurando aquella era inolvidable (1969-73) cuyo códice de fantasías se cerró, lacró y no se abrió jamás, sólo para consulta de ajenos como nosotros, nunca para ser continuado por sus trovadores ya que éstos dejaron de ser tales para abrazar sonidos más convencionales. Pero lo que dejaron hecho es lo que cuenta, un conjuro atemporal hecho música, de visita obligada e irresistible trance.
El amplio surtido de instrumentos clásicos y modernos que entretejieron tan expertas manos, creó en Trespass una sonoridad, atmósfera y dinámica eclécticas, puenteando el espíritu bucólico del Folk con los sonidos eléctricos y electrónicos que marcaban el hoy de entonces, ayudados en esta última faceta por la aún pobre pero ya familiar distorsión de la guitarra eléctrica (aunque muy afilada y electrizante la de este álbum para su época), unida a un artefacto más vanguardista llamado melotrón, el abuelo del sampler y uno de los primeros teclados, e instrumento insignia del Rock Sinfónico/Progresivo que por esa época venían estrenando igualmente los también sajones King Crimson, otro nombre clave de ese género. El que pulsaría tales teclas aquí sería el que nos faltaba por nombrar, el formidable Tony Banks, que repartiría sus dedos también para el vibrante Hammond y su remoto antecesor el piano.
El cómputo total halló menos manos que instrumentos, pero el milagroso quinteto así mapeó un nuevo cosmos en la música, gracias también a la competente capacidad de un gran estudio que logró emplazar y definir cada elemento de ese todo con absoluta nitidez, asegurándonos esa cómoda y mágica sensación de música caleidoscópica que Genesis brindaba por aquel entonces, situando al oyente en pleno eje de ese carrusel de sinfonías y compases sin parangón que eran capaces de crear estos genios supraterrenos.
Y qué moderno suena, tan de nuestro tiempo y tan de nuestra sombra, ese arpegio eléctrico que casi tangible florece a nuestra izquierda en el minuto 1:10 de Looking for Someone, la apacible a la par que compungida balada que abre el telón de esta función, empezada a capella por el vocalista hasta que van despertando uno a uno los instrumentos tenuemente, amaneciendo desde sus posiciones hasta llenar cada uno su hueco. El desarrollo de esta canción es perfecto para analizar la enigmática fórmula compositiva que seguía este combo, pues tanto en este corte como en muchos de aquella era, parecía la música andar sin una estructuración preestablecida, como si obedeciera al ritmo y humor de la voz como primer segmento escrito que espera el posterior añadido de los instrumentos. La instrumentación de Looking for Someone es todo un séquito alrededor de la sección vocal, libre éste de interpretar con su propio lenguaje y sentir el relato que se cuenta, pero latiendo al pulso que el relato bombea. Al ser tales textos de métricas cambiantes y continuas paradas, todo el desarrollo hace a su música inesperada, y eso era lo que hacía que sonara tan viva, tan natural a la vez que… sobrenatural. Eso hoy, por desgracia, ya no existe.
”Outcast he trespassed where no wolf may tread,
The last sacred haunt of the dead.”
- White Mountain
Pero la primera catarsis de las dos cruciales que gobiernan el álbum la trae White Mountain, exquisita pieza que narra una lucha épica de lobos al filo de los nevados desfiladeros de las Tierras Vírgenes de Alaska, ya que aquí la banda hacía referencia a Colmillo Blanco, la célebre novela de Jack London. La melodiosa doblada de guitarras acústicas con la que empieza es para postrarse de rodillas ante el duunvirato Phillips/Rutherford, que si ya de por sí emociona por semejante floresta de cuerdas, cuando luego emerge en el centro de tan bella simetría la armoniosamente dolida línea vocal de Peter Gabriel, toca preguntarse de qué vórtice de los cielos escaparon estos bardos. Y es que la primera irrupción del vocalista aquí, a parte de derretir nuestras almas a fuego lento, completa unos instantes que se bastan y sobran ya para defender a toda la suite como una de las más grandes que crearon los Genesis de esa década.
Pero no sólo se vale de eso la Montaña Blanca para reclamar su cetro y corona (aquello por lo que luchan esos lobos), sino que insiste en hurgar suavemente en nuestras fibras del sentir dejando flotar de labios de Peter Gabriel un pasaje de flauta de hondas reflexiones melódicas [2:08], pinceladas de viento tan bellas como las que un año antes escapaban por los ventanales de la Corte del Rey Carmesí (King Crimson). En fin, a ambos los unen lazos de sangre británica, aquélla que siempre triunfó en la música como gran trasmisor de emotividad.
En momentos así, más de uno que yo me sé, como niño en una sala de cine pegará tironcitos de la camisa de su padre diciendo “Papá, ¿cuándo entra Phil Collins?”, pregunta que el padre teme contestarle como si fuera a desvelarle la inexistencia de los Reyes Magos. Y ahora, ¿qué hacemos?, ¿qué le decimos a ese pobre nene?... Pues la verdad: que Genesis ya eran Genesis y muy grandes, y después vino Phil Collins. El resto se lo contáis ustedes si me hacéis el favor, que yo ahora estoy reseñando este gran Trespass de la era precollinstórica.
Después de la gentil y pianística Visions of Angels, nos aborda el fantástico relato que encierra la música de Stagnation. En el LP original, encabezaba a la letra un epígrafe a modo de laude que rezaba así: ”A Thomas S. Eiselberg, un hombre muy rico, que fue lo bastante sabio para gastar toda su fortuna en enterrarse a sí mismo muchas millas bajo el suelo. Como el único miembro superviviente de la raza humana, él heredó el mundo entero.”. La canción cuenta los instantes que vive ese hombre cuando sale a la superficie y observa su propia soledad en medio de un mundo desolado por una guerra nuclear. Se menciona un cielo rojo, ambiente de paz entre montañas, la noche y su luna… Y qué mejor sitio donde sacar ese tipo de cosas que ese mueble que guarda paisajes llamado melotrón. Pero esta vez el teclista Tony Banks se marca con ese instrumento un solo de naturaleza casi alienígena, ululando undívago y demente como si fuera detectando a su paso los niveles de radiactividad de ese mundo que heredó el ricachón solitario. De Peter Gabriel podemos escuchar aquí quizá su mejor interpretación vocal, comprendida exactamente desde que se cumple el cuarto minuto en adelante, donde el maestro moldea pasionales giros inesperados cuando la canción reposa en clave de balada, o inventa esos tartamudeos tan rítmicos con los que empuja en la sección más movida. La originalidad de este duende cantor sorprende incluso en nuestro hoy inmediato, donde se dice que ya todo está inventado.
Llega Dusk, territorio exclusivo para las acústicas de doce cuerdas, que a lo largo de toda esta pista extenderán sus tupidos matorrales de arpegios, frondosos corredores por donde susurrará la voz de ese excéntrico príncipe brujo de la música contemporánea, Sir Peter Brian Gabriel. Los coros ubicados en este Crepúsculo son de las más bellas ensoñaciones que pueden vivirse en este disco. Sublime.
Hablé en su momento de dos catarsis cruciales contenidas en esta obra, la primera fue White Mountain, ya tratada párrafos arriba, y la segunda es la que se hace esperar hasta el final como magistral colofón de esta obra: La exuberante, guerrillera, descarada y eterna The Knife…
El escenario palaciego de tintes medievales de la portada es traspasado y rasgado de esquina a esquina por este cuchillo (knife), igual que el que atravesó la carátula en la realidad, siendo tal arma blanca símbolo inequívoco de que aquí la banda rompía un poco (más bien “cortaba por lo sano”) con ese contrastado ambiente pastoril/imperial que definía el álbum para cerrar éste con cuchilladas de guitarras eléctricas, con un proto-heavy furioso de raros andares pero altamente hipnóticos, contagiosos. Su heroico estribillo toma relieve con una claridad, carisma y nervio arrebatadores, traspasando el propio audio y hasta su propio tiempo. Y es que, esa cantinela de ansiosas trisílabas con las que Peter Gabriel calca el teclado de Banks son de una escala hermosa a la vez que apabullante, enérgica, que luego se vuelve más virulenta cuando es perseguida en su segunda vuelta por un demente bucle fraseado por la eléctrica sumado al musculoso hervor del bajo de Rutherford, creándose así una polifonía absolutamente única, como de gramolas entrelazadas, pero gravitando en la locura de su bamboleante tropel un trasfondo de sentimiento difícil de captar a primera escucha, y aún más, imposible de explicar. Reitero: Genesis no eran de este planeta.
Pero esas camballadas guitarrísticas, pervertidas por los dedos de Anthony Phillips, se acentúan con más grosería en el 5:34, sublimadas luego en ese cortante y gesticulante riff del minuto 5:43, que nos brinda un desfile breve pero inolvidable por lo fuerte que pisa y por la extrema chulería que desborda (adoro esos instantes). Sin un alto en el camino desde que todo ello sucede, lo que menos se espera es que el mismo instrumento después empiece progresivamente a fluir hacia esquemas más emotivos, hasta alcanzar la hermosura absoluta con ese extenso solo en el que Phillips encarna el episodio más hondamente enternecedor de este alocado himno que es The Knife, una canción tan sólo equiparable a clásicos futuros como el teatral y electrizante The Musical Box o el atmosférico Selling England by the Pound.
Para ser más conscientes de la trascendencia de la música de Genesis, decir que sin temas como The Knife, canciones como Phantom of the Opera de Iron Maiden simplemente no existirían, y si existiesen, no sonarían ni de lejos a como las conocemos hoy. La influencia de los primeros Genesis es más que decisiva para entender incluso aquel Heavy Metal que llegó después.
Por otra parte, gran verdad es que más adelante y en ese mismo año 1970, respondiendo a un anuncio de la banda vino un muchacho que se sentó frente a los parches y los platos, y lo hizo fenomenal, tanto con las baquetas como en los aportes que hizo al micro como cantante momentáneo, sin provocar rechazo ese nuevo implante en tan especial organismo. Hablo obviamente de Phil Collins. Con esto aclaro que mis menciones anteriores a este artista no eran para penarlo como culpable absoluto de aquel bochornoso cambio que dio la formación (ni como un simple encaramado o manirroto, ¡como si cualquiera pudiera entrar en Genesis!), sino para expresaros lo que me irrita que en el globo terráqueo se conozca más a Genesis por ese insulso Pop al que se amoldaron en los ’80, y no por haber pertenecido al egregio Triunvirato Progresivo que conformaron con King Crimson y Pink Floyd en los irrepetibles ‘70.
Aclarado el tema, sólo quedaría decir a los que aún no conozcan la música de Genesis que este Trespass puede ser la antesala idónea para entrar en su círculo mágico, adaptando su oído y alma para luego poder afrontar con más conocimiento las maravillas que tomaron tierra justo después, desde el laberíntico hilo musical para esa estampa de la coqueta doncella jugando al cricket con cabezas decapitadas (Nursery Cryme, 1971), hasta el rico jardín de sinfonías que nos aguardaba al final del pasillo de setos de Selling England by the Pound (1973). Una pena que estos dioses acabaran yéndose a lo fácil, quizá para poder mezclarse mejor entre los mortales y no seguir levantando sospechas.
Yo no sospecho, yo afirmo, y a las pruebas me remito:
Peter Gabriel - Voz, flauta, oboe, acordeón, pandereta, bombo, percusión.
Anthony Phillips - Guitarra acústica (12 cuerdas), guitarra eléctrica, dulcimer, percusión, coros.
Mike Rutherford - Bajo, guitarra acústica (12 cuerdas), violonchelo, coros.
Tony Banks - Órgano, piano, melotrón, guitarra, coros.
John Mayhew - Batería, percusión, coros.