Extremoduro - Yo, Minoría Absoluta

Enviado por Stoned el Vie, 04/12/2015 - 13:44
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Extremoduro es, seguramente, la banda más exitosa del rock español en lo que llevamos de siglo XXI. Pocos conjuntos pueden abarrotar Las Ventas o el Palacio de los Deportes varios días seguidos, y además sin apenas promoción: al anti-marketing que lleva practicando la banda durante casi toda su carrera se ha mostrado como la más poderosa arma promocional. No demasiadas formaciones se pueden permitir editar un disco para a continuación emitir una escueta nota de prensa asegurando que no habrá presentación y tampoco entrevistas. Nada. Y a continuación llenar los más grandes recintos de todo el territorio nacional.

Durante años fueron uno de los secretos mejor guardados del rock español; sonaban totalmente infernales, desafinados, descoordinados… siendo sus actuaciones un éxito o un total fracaso dependiendo de la cantidad de caballo que circulase por las venas del grupo. Banda de culto durante los primeros noventa, en 1996 editarían su primer puñetazo en la mesa, “Agila”, que los convertiría en una de las sensaciones musicales del momento. Iñaki Uoho se estableció como miembro fijo de la banda y se encargó de la producción, sonando por primera vez realmente bien y añadiendo además nuevos arreglos y sonoridades, ganando el tono general en profundidad, pero manteniendo intacta su esencia.

Fue en esta época cuando los conocí, siendo una de mis primeras bandas de rock; además, por la poca información de la que disponía en ese mundo pre-internet, sabía que eran de Extremadura, como mi familia. Que la banda del momento, lo que más molaba, fuese de la misma tierra que mis mayores (en la que yo mismo pasé interminables y tórridos veranos), una tierra en la que nunca pasa nada a parte de desgracias (ya diseccionaron a la perfección Def Con Dos esa España negra y rural en “Veranea En Puerto Hurraco”, o Cela o Delibes en algunas de sus más célebres novelas) era algo que, desde luego, añadía un plus a todo lo que rodeaba a Extremoduro.

Es así como las canciones de Extemoduro, totalmente propicias para presidiarios, marginados y personas con salvajes adicciones a la heroína, acabaron convirtiéndose en himnos para rebeldes adolescentes de clase media, adolescentes que abarrotan sus conciertos y memorizan letra a letra, coma a coma, las enrevesadas y poéticas letras de Roberto Iniesta, héroe para unos, villano para otros y una de las figuras más controvertidas de nuestro rock: es capaz de cagarse en las instituciones y a continuación aceptar premios por parte de las mismas; capaz de escribir el anti-himno de Extremadura (lo que le valió un exilio de varios lustros en su propia tierra) y después recibir con una sonrisa subvenciones para las giras de Extremoduro. Capaz de cagarse profusamente en los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y luego llamarlos histéricamente porque unos adolescentes están viendo su concierto - sin pasar por caja - desde un cerro situado en terreno público y que dios, el diablo, o la geología situó precisamente allí, junto al recinto; quien sabe si por caprichosas razones, quién sabe si por molestar gratuitamente al divismo de Robe.

Tras “Agila” fue editado el único disco en vivo hasta el momento de Extremoduro, el prescindible “Iros Todos A Tomar Por Culo” (1997), seguido poco después del que posiblemente sea su peor disco de los noventa: “Canciones Prohibidas” (1998). Este trabajo supuso una vuelta de tuerca al sonido de Extremoduro, pues mezclaba algunas de sus más duras composiciones hasta la época - “Extraterrestre, “Enemigo” o “Esclarecido” son claros ejemplos - con temas más reposados, además de profusos arreglos en forma de secciones enteras de cuerdas, vientos e incluso hammonds. No obstante dejó varios clásicos como “Golfa” – muestra evidente de esto último – y sobre todo “Salir”, que fue entonada por individuos de toda clase, un éxito para todos los públicos: jovencitos que como mucho habían dado un par de furtivas caladas a algún que otro porro de hachís berreaban en bares, garitos y botellones aquello de “meterme mil rayas”.

Tuvieron que pasar cuatro años más hasta que viese la luz “Yo, Minoría Absoluta”, un disco en el que Extremoduro regresaba al sonido más directo y crudo después de los experimentos de “Canciones Prohibidas”, y cuya portada mostraba a Robe transmutado en un Jesucristo infame, con un collar de perro en lugar de corona de espinas y armado con una cartuchera cargada con dos revólveres. Como a un Cristo dos pistolas, creo que dicen. Mostraba su sangrante y doliente cuerpo de Jesucristo yonki enfundado en unos calzoncillos anti constitucionales, punibles, seguro, ante las leyes de la mayoría de los países del Primer Mundo. Unos calzones vintage – estoy seguro que hubo gente que combatió en la Guerra Civil, entre cadáveres, barro, sangre y mierda con una ropa interior más digna que esta - que no hacen si no acrecentar la cutrez genérica de una portada para olvidar.

“Yo, Minoría Absoluta” arroja luces y sombras: se entremezclan algunas de las peores composiciones (tanto en lo musical como en lo lírico) de Robe Iniesta con un buen puñado de temas que se convirtieron en clásicos absolutos casi al momento, siendo considerados de los mejores hoy día, casi quince años después de la edición del álbum. Como es el caso de las dos que abren el disco, “A Fuego” y “La Vereda De La Puerta de Atrás”, infaltables en cualquier concierto de Extremoduro, impensable su ausencia. Si vas a verlos, hay que escucharlas; cualquier otra cosa es un timo. Y lo sabes.

Dura poco el gozo tras ese gran doblete de apertura, porque comienza a sonar “Hoy Te La Meto Hasta Las Orejas”, musicalmente poco interesante, por no decir directamente prescindible. Pero es que la letra, el estribillo, es de un mal gusto atroz; estamos acostumbrados a escuchar a Iniesta soltar por la boca bastantes, demasiados exabruptos, pero curiosamente suelen sonar atinados, pertinentes. Aquí no. Aquí suena hasta vergonzoso. Suena hasta infantil.

Otro clásico, otra gran composición, es “Standby”, situada en el puesto cuatro del tracklist; es una bella – y cruda – canción que se puede situar sin rubor entre lo mejor que haya creado el extremeño, y sin duda una de sus más inspiradas letras. Lástima que nos dure poco la alegría, porque “Menamoro” irrumpe como un elefante en una chatarrería, destruyendo la calma, causando molestias, quien sabe si incluso heridos: Robe entona con voz aflamencada una sórdida historia sobre aquellos que se dedican a traernos a los acomodados occidentales nuestras drogas favoritas, muchas veces escondiéndolas en los más insospechados orificios de los que un buen día tuvo a bien dotarnos la Madre Naturaleza. En un punto de la canción comienzan a sonar unos arreglos de viento que suenan a clarines, envolviendo todo en un tono taurino y casposo de lo más desagradable.

“Luce La Oscuridad” remonta algo, poco, el vuelo. La letra no es algo excesivamente destacable, quedándose en mediocre; los coros femeninos le restan empaque, fuerza, huevos. Más agradable de escuchar es “Cerca Del Suelo”, que es una de mis favoritas del álbum, una sencilla composición de carácter etílico y pocas pretensiones.

Otro de los grandes clásicos de este disco emerge en el puesto ocho, y se trata de “Puta”: el inicio tiene un sospechoso parecido con el principio de “2 Minutes To Midnight” de Maiden y es una de las más celebradas composiciones de la banda vasco-extremeña (menudo término bizarro, ¿no?) y reconozco que es una de esas canciones que, si la he escuchado mil veces, casi todas lo hice estando borracho. Es así.

Para terminar, dos composiciones apreciables, si bien no entre los grandes éxitos de la banda, si al menos para el nivel del disco: “Buitre No Come Alpiste” es una de las más potentes de todo el álbum, y “La Vieja” tiene un tono yonkarra y decadente que celebro, aunque las voces y sonidos que le añaden al principio y al final no hace si no darle un todo demasiado cañí, cutre, ese mismo tono que envuelve, desde la ya comentada portada, todo el disco; un disco que se queda en relativamente salvable, en un aprobado raspado siendo generosos, porque las buenas canciones son muy buenas, son muy hímnicas, son clásicos indiscutibles de Extremoduro.

Como anécdota, tres canciones de “Yo, Minoría Absoluta” (“A Fuego”, “Standby” y “Puta”) fueron incluidas en la banda sonora de “La Flaqueza del Bolchevique”, film basado en la novela homónima de Lorenzo Silva, uno de mis escritores patrios favoritos; si en el libro sonaban incansablemente Judas Priest, en la película, protagonizada por un enorme Luis Tosar (¿quién coño es Javier Bardem?) y una preciosa María Valverde, fueron Extremoduro los encargados de aportar las tonadas para ambientar la historia.

Después de “Yo, Minoría Absoluta”, Extremoduro mantuvieron silencio seis años, hasta 2008, cuando regresaron con “La Ley Innata”, el primero de una controvertida trilogía de álbumes en los que el sonido de la banda mutaría en sofisticados arreglos y desarrollos instrumentales, y que ha terminado por dividir aún más a crítica y público, a pesar de mantener grandes ventas de discos y de entradas, y de ampliar su público aún más. Pero eso, niños, es otra historia.

Roberto Iniesta: Voz, guitarra
Iñaki “Uoho” Antón: Guitarra, teclado
Miguel Colino: Bajo
José Ignacio Cantera: Batería

Colaboraciones
Fito Cabrales: Coros
J. A. Batiz: Guitarra slide
Gino Pavone: Percusión

Sello
Warner-DRO