Dire Straits - Alchemy

Enviado por El Marqués el Sáb, 21/05/2011 - 02:23
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La vida hace extraños compañeros de viaje. Hace tres años, compartí una serie de horas de trabajo con el personaje más curioso que os podáis imaginar. Su ocupación favorita era ver películas que no le gustaban, ni a él ni a sus colegas, para después quedar a tomar unas cervezas y pasar el rato destripando la peli en cuestión.

Estábamos de viaje, a cuatrocientos kilómetros de Madrid, y se empeñó en ver la cuarta entrega de Indiana Jones. Ya la había visto, le había parecido una mierda, pero quiso repetir. Yo pagaba la priva, y él se encargaría de practicar el tiro al blanco. Indiana Jones versión siglo XXI me pareció tal bodrio que me dí cuenta de que mi colega estaba completamente loco. Hay que tener huevos para ver eso dos veces en menos de quince días.

Me vengué de él llevándole a ver una peli más horrible todavía. Se llamaba “Las Ruinas”, trata de un grupo de excursionistas yanquis que se quedan aislados en lo alto de una pirámide azteca, cubierta por una especie de planta asesina, una hiedra venenosa que tritura a los incautos visitantes. A un turista alemán que se pega al grupo para ver si se cepilla a la universitaria rubita le tienen que amputar ambas piernas para evitar que difunda la enfermedad ¡a pedradas! No se, me da que el guionista se quedó dormido con el “Horrified” de Repulsión en el walkman varias noches seguidas.

En la de Indiana Jones, no obstante, hay una escena que me hizo gracia. Harrison Ford conoce a un chaval, que resultará ser su hijo. El crío le dice que quiere vivir su propia vida, que no piensa estudiar, y el aventurero del látigo y el sombrero le anima, con el típico rollo en plan “vive tu propia vida, haz realidad tus sueños, bla bla bla…”. Cuando Indi se entera de que el chaval es su hijo, monta en cólera y se empeña en enviarle a la Universidad.

Real como la vida misma. Cuantas veces nos tocará cerrar la boca. Yo tuve que cerrarla, sellarla con lacre, cuando profundicé en los discos de Dire Straits.

Hoy día todo está mezclado, todo da igual, yo puedo ponerme una prenda de vestir que me va a quedar igual de bien o de mal que a mi pareja, nadie va a reparar en ello. En los ochenta, mezclar ciertas cosas era como colarse en el baño de las chicas en los pasillos del instituto. Los jevis éramos jevis, y no escuchábamos mariconadas. Pero es que los jevis atracaban bancos, según la mentalidad de la época.

O escuchabas a Sobredosis o escuchabas a Sting. Y todos los soplagaitas que escuchaban a Sting te decían que el mejor guitarrista del mundo era Mark Knopfler ¡Toma ya! ¿Nos creíamos alguien los seguidores de Van Halen o Randy Rhoads? ¿Eras mejor por saberte de memoria hasta el último riff de Angus y Malcolm Young, hasta el más insignificante arreglo de Jimmy Page?

¡Nada hombre, flipar con Jeff Beck o con Hendrix no había servido de nada, Tipton y Downing eran don nadies, Gary Moore era un bandarra, Wolf Hoffman y Fast Eddie Clarke solo hacían ruido! Aquí llega un panoli que no sabe si el Bernabeu es redondo o cuadrado, si una guitarra tiene seis u ocho cuerdas, y te asevera que Knopfler es el mejor guitarrista de la historia, porque ha visto el vídeo de “Money for Nothing”, y se ha enterado por primera vez del poder que puede desplegar el sonido de un solo de guitarra.

Y pongo el ejemplo del Bernabeu porque durante años pensé que, así como todos los que no entendían de fútbol eran del Real Madrid, todos los que no tenían ni p**a idea de música flipaban con U2, Springsteen o Dire Straits.

Ya ni me acuerdo como, que cae en mis manos esta copia del “Alchemy”. Y me pongo a pensar en todos mis grupos de cabecera, que cuentan con el doble en directo de turno ¿Y la banda de Mark Knopfler, puede permitirse algo así? Para editar un live album tienes que tener un repertorio que comience con “Neon Knights” y acabe con “Paranoid”. Con el discurso de Churchill seguido de “Aces High”, y “Phantom of the Opera” al final. Con “Coming Home” y “Big City Nights”; “Motorcycle Man” y “Machine Gun”, “Ace of Spades” y “Overkill”, qué se yo, los ejemplos son infinitos.

Total, que si Dire Straits tienen en el mercado un doble en directo, a lo mejor es que no son tan malos ¿Dónde va Mr Knopfler con esa pinta? ¿Y esas cintas en el pelo? Y los iletrados que le alaban resaltan, como una gran virtud, que el tío toca con los dedos, que no usa púas ¿Y eso es un mérito? Señores, yo, cuando voy a un concierto, quiero llevarme una púa de Kerry King o de Zakk Wylde.

Que no, que no me convencen. Vaya imagen. Parece que vayan a salir a actuar con calentadores al estilo Eva Nasarre, una monitora de aerobic que salía por la tele y estaba de muy buen ver.

Pero el día que doy al play, y dejo que el doble cassette suene hasta el final… ¿Qué está pasando? ¿Van a tener razón los tarugos que se reían de Matthias Jabs, de Dave Murray y Adrian Smith? ¿Es realmente Mark Knopfler el mejor, y me lo he estado perdiendo?

No, no es el mejor ni de coña. Pero tiene un sonido único. Y sabe manejar a una banda de Rock. Que esos Hal Lindes, Alan Clark, John Illsley, Terry Williams, todo un ex – King Crimson como Mel Collins “on the saxophone”, están disfrutando de verdad.

Y que el repertorio es como para volverse loco ¿Y las letras? Aquel “Then came the Churches, then came the schools, then came the lawyers, then came the rules…”, que nos relata el alopécico de la cinta en la frente en “Telegraph Road”; los sentidos y maravillosos versos de “Romeo and Juliet” (“you can fall for pretty strangers/ and the promises they hold…), el orgullo con que evoca sus primeros días al frente del combo en los clubs de Londres en “Sultans of Swing”…

Que Dire Straits tienen un lugar en el Cielo, coño! Que canciones como las nombradas, “Tunnel of Love”, “Two Young Lovers”, “Once Upon a Time in the West”, están más allá de todo análisis, de toda descripción. Y que si, que el pueblerino de Glasgow con la cinta de tenista hortera en el pelo, estilo John McEnroe, es el mejor.

Pero no porque lo dijeran los demás, si no porque lo averiguamos por nosotros mismos. Me duele la vista de mirar a la pantalla del ordenador. Hoy ha hecho calor, y me he debido beber veinte dobles de cerveza. Pero, oh Dios Todopoderoso, ¿cómo se desactiva la opción “repeat” en mi equipo de música? Ahí está otra vez, Knopfler y la coda del “Sultans…”, el “ti no ni no ni no nim, ti no no nim, ti no ni no ni no niiim…”, que todos los mayores de treinta y cinco años habremos tarareado más de un millón de veces.

Nada, Mark, puedes morirte tranquilo. Eres uno de los más grandes. Siempre lo fuiste. La pinta número 21 va por ti.

Mark Knopfler: Voz, guitarra
John Illsley: Bajo
Alan Clark: Teclados
Hal Lindes: Guitarra
Terry Williams: Batería

Músicos adicionales:

Tommy Mandel: Teclados
Mel Collins: Saxofón
Joop de Korte: Percusión

Sello
Vertigo