
1. King of Dreams
2. The Cut Runs Deep
3. Fire in the Basement
4. Fortuneteller
5. Truth Hurts
6. Love Conquers All
7. Breakfast in Bed
8. Too Much is not Enough
9. Wicked Ways
En el espacio exterior, existen estrellas que nacen y mueren sin que se repare en su existencia. En las cumbres de las montañas florecen los edelweiss y se marchitan sin que el ojo humano se pose sobre ellos. Y en las carreras de muchos artistas existen obras que, posiblemente, no importan un carajo ni a sus propios autores.
Es poco probable que Roger Glover e Ian Paice estén interesados de incluir en el set – list de la siguiente gira de Deep Purple alguna canción de “Slaves and Masters”, el disco que publicaron junto a Ritchie Blackmore, Jon Lord y Joe Lynn Turner en 1990.
Este es uno de esos trabajos que padecen lo que llamo el “Síndrome de Frankenstein”. No es que esté hecho a base de retales; es que, para su elaboración, sus creadores tuvieron que buscar en varias tumbas. “Slaves and Masters” es una pieza única en la discografía de la banda británica. Siguiendo la denominación tradicional de las distintas encarnaciones de Deep Purple, el quinteto que lo grabó sería el “Mark V”. Todavía quedaría un Mark VI con la llegada de Joe Satriani, un Mark VII con la entrada de Steve Morse, y el actual Mark VIII con la salida de Jon Lord y su reemplazo por parte de Don Airey.
Desde que a mediados de los ochenta el legendario Mark II se reuniera, los Gillan, Blackmore, Glover, Lord y Paice nos habían dado algunas alegrías. “Perfect Strangers” es un clásico a día de hoy, y el semiolvidado “The House of the Blue Light” es un digno continuador. De la gira de este último disco editarían un live album en 1988, el disfrutable “Nobody´s Perfect” del 88, con el repertorio renovado, y mucha sabiduría musical concentrada.
La enemistad irreconciliable entre Blackmore y Gillan reapareció sin embargo, y el huraño guitarrista ganó este asalto, consiguiendo que el vocalista de la negra melena hiciera las maletas.
“Meanwhile, in the other part of the World” -que diría Terence Trent D´arby-, otra pareja profesional se rompía, por motivos “religiosos”. Un ocurrente Joe Lynn Turner declaró a la prensa que dejaba a Yngwie J. Malmsteen por una cuestión de Fe: “Él cree que es Dios, y yo no estoy de acuerdo”.
Ahora que el sueco ha editado un desastre de disco basado en instrumentales y cantos gregorianos, y todos tenemos claro que la relación con Tim Owens está finiquitada pues a Malmsteen no le duran los cantantes más de dos discos seguidos, es interesante recordar que en 1988 editó junto al cantante americano Joe Lynn Turner un estupendo lp de hard rock, el delicioso “Odyssey”, que sirvió al divo de las seis cuerdas para conectar más que nunca con su ídolo Blackmore, que diez años atrás había descubierto al vocalista y lo había integrado en Rainbow, debutando en “Difficult to Cure”.
Para Malmsteen no era la primera vez que trabajaba con un ex – cantante del Arcoiris. Ya en Alcatrazz había trabajado para Graham Bonnett, pero en los tiempos de “Odyssey” él era el Jefe. Joe Lynn Turner, en todo caso, que grabó junto a Blackmore tres discos entre 1981 y 1984, no era ningún pardillo manejable. Lo único dulce en este hombre era su timbre de voz en las canciones más suaves de Rainbow, y en cuanto el endiosado Yngwie le tocó las narices abandonó al sueco.
Así pues, hacia 1989 Ritchie Blackmore estaba sin vocalista, y Lynn Turner sin otro compromiso que su carrera en solitario. Glover, Lord y Paice mantenían intacto su amor por la música y la vida en la carretera, y probablemente eso les salvó de pegarse un tiro en más de una ocasión, hastiados de las salidas de tono del iracundo Blackmore, y del papel de Prima Donna que a veces encarnaba un sobreactuado Ian Gillan.
Total, que tomaron el coche de caballos, se pusieron sus sombreros de copa, sus chalecos y sus levitas negras, y en una posible noche de luna llena desenterraron los restos de las relaciones rotas entre las duplas Blackmore/Gillan y Turner/Malmsteen ¿El resultado? “Slaves and Masters”, un desafortunado disco perdido en el túnel del tiempo, que evidencia el hartazgo del que hablaba de las tres cuartas partes de Deep Purple, dejando el timón en manos de un Ritchie Blackmore que empezaba a mostrar síntomas preocupantes de pérdida de contacto con la realidad.
1990. Mientras ciertos músicos de Rock vislumbran la avalancha que se avecina en el panorama musical con el cambio de década y la irrupción del grunge; mientras unos Judas Priest dan una vuelta de tuerca a su sonido y sorprenden con el salvaje y rompedor “Painkiller”, nuestro querido Ritchie se obnubila al tener de nuevo a Turner en el estudio y regresa a 1983, obsequiándonos con una versión descafeinada de los Rainbow de “Bent Out of Shape”.
El antiguo genio de la Fender Stratocaster se erige, como de costumbre, en cabeza visible de un desaguisado que incluso consigue hacer buenos algunos momentos de su posterior etapa renacentista junto a Candice Night.
He enlazado todos los temas de “Slaves and Masters” para que el lector juzgue, pero es que, de esta criatura nacida en condiciones confusas hay muy poco que realmente podamos destacar. El estribillo de la inicial “King of Dreams” (“I am a real smooth dancer…”) me gusta. Mr Turner canta con audacia, pese a que su estilo vocal melodioso suela relacionarse con temas más relamidos.
“The Cut Runs Deep” tiene ínfulas de grandeza pero se queda en muy poca cosa. Es un tema con varios de los elementos característicos de los Purple de “Perfect Strangers”: Introducción de teclados, dinamismo, diversidad de partes instrumentales con solos de Blackmore y Lord, pero en conjunto no termina de cuajar. Acusa una alarmante falta de emoción.
“Fire in the Basement” estaría bien si no fuera un calco deslucido del “Drinking with the Devil” de Rainbow. Seguramente salió del cuaderno de bocetos del guitarrista en aquellos días, cuando Turner y él eran capaces de componer maravillas como “Streets of Dreams” o “Can´t let you go”. Ese interludio en que el vocalista se mete en la piel de un cock – rocker al estilo Brett Michaels o David Lee Roth y dice lo de “Ooooh baby, surrender to the Flame…”, es de juzgado de guardia.
No es que los músicos de Seattle se cargaran a estas bandas al traer al rock la seriedad de las torturadas letras grungies, es que se encargaban ellos solitos de cavar su tumba, de verdad.
Las dos siguientes, “Fortuneteller” y “Truth Hurts” gozan de buen sonido, cada instrumento se distingue perfectamente, pero de nuevo yerran en lo fundamental: el alma. Son temas sin feeling, sin una pizca de soul.
La balada “Love Conquers All” está currada, con esos arreglos de cuerdas, pero solo Turner parece creer realmente en ella. Es una constante que se repite en todo el trabajo: sonido limpio, oficio por parte de los intérpretes, pero pocos momentos que uno desee recuperar con el paso del tiempo.
Los tres temas restantes son más de lo mismo. “Breakfast in Bed”, aparte de tener ese título tan desafortunado, cuenta con una buena introducción. El sintetizador de Jon Lord reproduce un sonido de flauta de bambú, y aporta un interesante toque selvático.
“Too Much is not Enough” es puro relleno. Los coros, por decir algo, me llegan a recordar a KISS –“When your Walls Come Down”-, y no pegan ni con cola en un disco de Deep Purple, igual que los estridentes teclados.
Puede que la final “Wicked Ways” sea uno de los mejores temas, pero está ahí escondida, anclada en una producción muy ochentera, aunque al menos permite a la banda desatarse e inyectar un poco de adrenalina. Turner vuelve a cantar bien, pero eso sí: el innecesario cambio de ritmo que capitanea Blackmore en la parte instrumental se lo puede uno saltar perfectamente.
Siempre me gustó la portada, esa sencilla ilustración cabalística donde el azul sobre el negro aporta cierta elegancia, pero de nada sirve el bonito envoltorio cuando ha fallado lo esencial: El contenido.
Ritchie Blackmore incluye sus característicos solos en todas las canciones, pero lo que antes era arte puro ahora parece rutina. Solo el punteo final de “Knocking at your Back Door”, el temazo que nos traía de vuelta a los míticos Purple en 1984, vale más que toda su labor en “Slaves and Masters”.
No es extraño que esta formación no tuviera continuidad en el tiempo, y que en el 93 regresara Ian Gillan para quedarse. Por enésima vez ambos líderes tratarían de dejar de lado sus diferencias, publicarían un nuevo Cd, “The Battle Rages On”, y de la gira de presentación editarían un directo que quedaría como la última contribución del Hombre de Negro del Hard Rock a la música de Deep Purple.
Me gustaría darle tres cuernos, pero se va a quedar con dos. Altos, eso sí. Como cuando suspendes un examen a un alumno pero dejas anotada en su ficha una señal, que tendrás en cuenta a la hora de la recuperación.
Joe Lynn Turner: Voz
Ritchie Blackmore: Guitarra
Roger Glover: Bajo
Ian Paice: Batería
Jon Lord: Teclados