Celtic Frost - To Mega Therion

Enviado por Cuericaeno el Mar, 04/08/2015 - 21:11
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Cara A:
1. Innocence and Wrath (instrumental) (1:02)
2. The Usurper (3:27)
3. Jewel Throne (4:06)
4. Dawn of Megiddo (5:47)
5. Eternal Summer (4:31)

Cara B:
6. Circle of the Tyrants (4:38)
7. (Beyond the) North Winds (3:08)
8. Fainted Eyes (5:09)
9. Tears in a Prophet's Dream (instrumental) (2:33)
10. Necromantical Screams (6:02)

”Sangre y arena
Marcan mi camino
Las lágrimas del usurpador
Guían mi espada…”

Aquellos músicos que bajo el nombre de HELLHAMMER trajeron lamentos directos del Tártaro en canciones como Triumph of Death, sólo acababan de empezar a escalar posiciones desde el subrepticio underground, hasta que el trabajo y luego el tiempo les otorgara, galón a galón, el título emérito de maestros y reyes fundadores de aquella manera de hacer música, que ellos mismos trajeron junto a muy pocos más desde escasos puntos del orbe terráqueo. Batallaron y resistieron, muriendo para resucitar bajo otro nombre: CELTIC FROST.

Liderando el trío, Tom Gabriel Warrior, con su rancio riffing y su “Uh!” a cañón tocante, cuya visión de la música, cuyas historias y pinturas de guerra sentaron cátedra para lo que se coció años después en tierras escandinavas, donde Noruega sería el caldo de cultivo de todo aquello que los FROST sembraron desde su Suiza natal, junto a lo que también vomitó el genio creativo de Quorthon (BATHORY) desde Suecia.

Mientras VENOM se tomaban el rollo satánico un poco a cachondeo, llegó este hombre ataviado de guerrero nórdico a hablar de mitos y leyendas siniestras, pero diferenciándose de los de Newcastle (a los que no les recrimino nada) en el aspecto de que tales letras eran escritas con un cuidado, elevación y una poesía muy a tener en cuenta, cobrando todo un cariz de profundidad, de trascendencia, que fue una de las razones capitales por las que su música se tomó tan en serio, por la que dio tanto miedo y despertó tanto morbo entre sus primeros seguidores allá en el underground, además de porque tales “rapsodias”, únicas en modo y forma, eran interpretadas como si a su creador y al resto que conformaban el trío de Zúrich se les fuera la vida en ello.

CELTIC FROST mostraba a los incautos que se topaban con sus sórdidas composiciones, y en pleno albor de los ’80, que existía vida bajo la superficie del Heavy Metal tradicional. Aquella otra vida, esta vez basada en el azufre, fue precisamente todo lo que abarcaría el hoy llamado Metal Extremo; vida de la que todas y cada una de sus clases y subclases las podemos sentir hoy retorcerse, en la fase más primigenia de su existencia y cual si en una maldita placa de Petri se tratara, en un sólo disco, que es este To Mega Therion, del griego, “La Gran Bestia”. Como si también le viniera grande el nombre…

Éste es el LP debut, su primer largo tras dos históricos EP’s tales como el escalofriante Morbid Tales (1984) y aquel Emperor’s Return que saldría dos meses antes de esta obra que nos ocupa. Aclarando que todo aquello que representa este álbum no llegó de la nada sino que fue tomando forma a lo largo de las demos y los EPs citados, sí es verdad que aquí se daba un paso más y de gran relevancia, pues aquí nos hallamos ante una de las primeras catedrales dedicadas a los géneros oscuros del Metal (aún por definir y separar entre sí), entonces nacientes de la mano de estos suizos (y de BATHORY como ya apuntamos al principio), sin olvidar, entre otros pocos, las ‘Siete Iglesias’ que en el mismo año de este disco que nos ocupa levantaron POSSESSED muy al oeste, al otro lado del Atlántico. Sin movernos aún de ese punto cardinal, un año antes y desde Florida, un jovencísimo Chuck Schuldiner sembraba paralelamente al suizo la semilla del Death Metal con su banda entonces llamada MANTAS (luego rebautizada como DEATH); y es necesario hablar aunque sea por este instante del bueno de Schuldiner, pues Chuck y Thomas tenían algo en común que muy pocos artistas tienen, y era aquello de estar siempre tan por delante del resto, que cuando el resto se aprendía la lección que ellos habían impartido, estos últimos ya se encontraban creando a unos cuantos años luz más lejos.

Al hilo de eso último pero ya centrándonos en el suizo y sus secuaces, el monstruo frostiano nunca terminó de evolucionar, de transformarse a lo largo de su tortuosa historia. Y tanto es así que, en tan sólo un año después de aquel Morbid Tales ya veíamos en este disco que, sí, la oscuridad, la crudeza y la brutalidad de aquel EP seguían aquí, pero esta vez envueltas en un aura de majestuosidad y épica que ya desde el principio se percibe en esa intro titulada Innocence and Wrath, donde los instrumentos de costumbre son esta vez escoltados por una austera orquesta de trompa y timbales (que llena sin necesitar mil capas de disneyescos teclados como se hace hoy día), que a paso de comitiva funeraria nos termina de meter en situación como justo antes lo haría la ilustración que pone cara a esta obra.

Y menuda cara, ¿no?, una cualquiera así al azar, ¿verdad?, tan sólo el cuadro Satan I que en 1977 pintase “un tal” H. R. Giger (1940-2014), nada menos que el menda que diseñó la escenografía de la saga fílmica Alien, bicharraco incluido. El también escultor encontraría desde entonces en Tom G. Warrior a uno de sus clientes más asiduos (además de a un amigo), pues no sólo este último le encargaría otras portadas (al igual que otras bandas como CARCASS o DANZIG entre muchas), sino que lo trincaría como “decorador de interiores” para su casa. Hace algunos años, en un número de la Metal Hammer en el cual entrevistaban al líder de los FROST, que presentaba su por entonces nuevo proyecto TRIPTYKON, podíamos ver a éste posando en las estancias de su hogar en plan revista del corazón, tipo “Exclusiva: Nosequién nos enseña su casa”, y el resultado de haber metido Giger sus manos ahí era soberbio. Tanto, que de ser tú el invitado en aquella suerte de panteón galáctico, hubieras preferido esperar a llegar a tu casa para mear, no fuera a ser que allí, al fondo a la derecha, pudieras encontrarte al “octavo pasajero” sentado en la taza del retrete.

Uno en el terreno musical y el otro en la pintura y escultura, la cosa aquí va de visionario en visionario; y está claro que Satán los cría y ellos se juntan, pues si el disco que aquí tratamos musicalmente ya es grande de por sí gracias al trío que lo parió, con semejante diseño de cubierta, al sostener uno en sus manos este To Mega Therion, no puede experimentar otra sensación que no sea la de tener en su poder y estar a punto de abrir un vetusto códice henchido de misterios, tan oscuros como su bosquiana portada. Avaricioso como el Diablo mismo, el LP no se conformaba con hacer historia mediante su interior que es la música que guarda, sino encima se presentó ante los mortales con semejante faz, grabándose en la memoria colectiva del mundo metalhead como una de las portadas más acojonantes y más morbosamente hipnóticas de la historia del Metal.

Volviendo a la música, los temas típicamente frostianos que recuerdan a anteriores trabajos se dan cita aquí con la misma saña y mala baba, tanto a velocidades de nausea como muestran las murallas sónicas de (Beyond the) North Winds o Fainted Eyes (este último al más puro estilo Into the Crypts of Rays), o bien haciendo gala una vez más de su dominio en tejer atmósferas fantasmales y opresivas con los mínimos elementos a su alcance, como es el caso de la espeluznante instrumental Tears in a Prophet's Dream.

No me olvido de clasicazos en la antología de la Escarcha Celta como son The Usurper o Jewel Throne, el primero con esos “Uh!” y “Hey!” marca de la casa, además de manejando patrones rítmicos y guitarrísticos con los que, así como si nada, esbozaba en plan rupestre la futura usanza de la old school del Death (por entonces más “young” que otra cosa). A renglón seguido, Jewel Throne porta misma guisa, pero diferenciado del anterior en ese magnífico ritmo de batería durante los versos (genial aquí Reed St. Mark), ese juego de charles y caja donde esta última es golpeada a dos baquetas, dando ese tono rotundo y tribal a la pieza, que aporrea sobre los textos de un ‘Warrior’ que, en medio de ese bestial tono de guitarras que llena todo el álbum y caracteriza a la banda, aquí se parece más que nunca al gurú Cronos de los mentados VENOM, pero en una “adaptación” más envenenada si cabe.

Tampoco podía quedarse sin ser nombrada, invocada esa bendita monstruosidad que es el ‘Círculo de los Tiranos’. Circle of the Tyrants abría la cara B a lo grande, como vomitada de un volcán del Abismo, con esas voces de ultratumba asomando a veces por entre la espesura de su temible arsenal de riffs, atesorando en cada uno de sus diversos cambios, claves incontestables de las que bebería el Thrash más cafre. Si no, decidme si de ese pasaje en 3:18 no tomaron nota unos SLAYER para uno de los momentos álgidos de su War Ensemble. Craso error no hacer mínima referencia a estos últimos (es obvio que me dejo en el tintero a más gente), que también tomaran parte en esta gran hazaña de traer el Infierno a guitarrazo sucio. No tan grave pero también error sería el no resaltar el desdén con el que suelta el estribillo aquí nuestro Señor de la Guerra, sin terminar siquiera la última palabra. Eso es algo que, como no se vende en ningún sitio, como no viene en frasquitos, no todo el mundo lo tiene, por no decir que muy pocos lo ostentan: Actitud.

Sin quitar importancia ya no a lo meritorio, sino lo capital que fue lo que aportaran cada una de las bandas y artistas mencionados párrafos arriba (cosechas noruega, sueca y yankee), bien es sabido también que, mientras cada una de ellas trajo una vertiente concreta, siendo cada banda especialista en una sola disciplina por decirlo así, los de Zúrich, ellos solitos, nos daban a degustar así como a modo de canapés un poquito de TODO lo que llegaría después (rama por rama), concentrado en este álbum que tenemos entre manos. A colación de ello, la reptante Dawn of Meggido es fiel escriba de los preceptos de BLACK SABBATH, pero con una grafía y visión personal con la que adelantaría aquello unos pasos más hacia la exasperante gravedad cero del luego llamado Doom Metal, como también haría a ratos su sucesora en el listado Eternal Summer.

Pero es que la cosita no acaba ahí. Siguiendo con esa suculenta e imposible oferta del ‘todo en uno’, aquí no sólo se seguía con las fórmulas que, labradas desde los tiempos de HELLHAMMER acabarían cristalizando en el Black y el Death Metal (o en el Doom como acabamos de ver), sino esta vez también se vislumbran ya los cánones más prístinos de lo que sería el Gothic Metal, más de un lustro antes de que los inmensos PARADISE LOST dieran nombre y rumbo a tal subgénero; como ocurre con la por momentos operística Necromantical Screams (voces femeninas incluidas, el pack completito), que con su obscura magnificencia y elegancia, cierra la obra a la vez que un magistral círculo, al plasmar la misma pompa tenebrosa con la que este To Mega Therion fue inaugurado, a bombo, platillo y tiniebla.

Vuelvo a insistir en que esta obra salió a la calle en pleno 1985. Aún me sigue pareciendo increíble que, mientras los de Steve Harris acababan de presentar en los escenarios su Powerslave enfundados en sus coloridos leotardos, algo tan malsanamente distinto como esto estuviera abriéndose paso desde las profundidades. Como si nada. Como Pedro por su casa.

Como Tom por su gigeriana guarida. Un tío que, ajeno a las perecederas modas, siempre hizo lo que le dio la gana, excepto cuando los de Noise Records le dispararon un dardo tranquilizante en su orondo cuello para cardar su melena en el ’88. Un intento errado de domesticar a La Gran Bestia, dicho sea de paso, ya que aun así no consiguieron que aquel Cold Lake sonara como seguro quisieron los encorbatados, por mucho que por ahí se diga lo contrario. Pero eso ya es otra historia, contada en su momento y lugar en este nuestro portal.

Para terminar, sirva esta reseña como homenaje a Hans Rudolf Giger, el Hieronymus Bosch del mundo de los Xenomorfos, que nos dejó hace tan sólo un año, dejando a su vez huella en el plano físico con semejante legado, dentro del cual se encuentra la cara visible de lo invisible, de lo inmaterial e intangible que es la insalubremente exquisita música de To Mega Therion. No seré el primero ni el último en no resistirse a decir aquello de ‘álbum de culto’, pero es que lo es, y con diferencia.

Gran clásico por los siglos de los siglos, incluso aún después de ese día en que “la batalla haya concluido, y las arenas hayan bebido la sangre…”

Tom G. Warrior: Voz, guitarra y efectos
Reed St. Mark: Batería, percusión, voces, tímpanos y efectos
Dominic Steiner: Bajo y efectos

Músicos adicionales:
Martin Eric Ain: Bajo (temas 2 y 3 en el re-lanzamiento de 1999)
Wolf Bender: Trompa (temas 1, 4 y 10)
Claudia-Maria Mokri: Voces (temas 2, 6 y 10)
Horst Müller: Efectos (tema 9)
Steve Warrior: Efectos (tema 9)

Sello
Noise Records