
1. Circle of the Tyrants (4:25)
2. Dethroned Emperor (4:37)
3. Morbid Tales (3:29)
4. Visual Aggresion (4:10)
5. Suicidal Winds (4:35)
Si podemos imaginarnos como simples criaturas que pueblan uno de los tantos espacios del infinito universo, evidentemente a nuestra cabeza llegarán miles de pensamientos tan delirantes que nos harán sentir como hormigas de un planeta caótico, lleno de miles de millones de semejantes insulsos. Como la muchedumbre entre la muchedumbre. Cuerpos vacíos sin nada más que dar.
Y desde espacios pequeños y reducidos, desde cualquier lado de una caverna, o en una sala de comedor, algo sale. De alguna parte aparecen aquellos insensatos, con poco menos que sentido común, que serán los destinados a procrear obras extremas de cualquier índole. Y por más que nos parezcamos entre tanta igualdad nauseabunda, cada uno de nosotros termina siendo único
y distinto. Como aquellos que no se conforman con lo establecido y hacen un mundo a su forma. Cambian al mundo cambiando sólo ellos mismos.
De las cenizas de HELLHAMMER (un proyecto que no duró mucho pero que dejó joyazas atemporales como Apocalyptic Raids), de los restos de aquel martillo infernal de una tormenta gélida, nació CELTIC FROST: la escarcha de la maldad céltica y más pura en todo su esplendor.
Los suizos, esos que escalan los Alpes y están acostumbrados a una vida de pan, carne seca y agua a 0 grados, no son más que un leve espectro de lo que podemos entender por una civilización completa, pero han cumplido firmemente la promesa que sólo se juraron a ellos mismos: ser más fríos y duros que un iceberg del tamaño de Escocia a punto de chocarte y hundirte.
Nadie tiene la culpa de nacer en una época y contexto específico, pero quien sabe aprovechar cada una de las circunstancias que bordean el presente, termina recreando fuertemente lo que vendrá próximamente. Quien controla el presente, también controla el futuro. Y Tom Gabriel Fischer lo sabía bien.
CELTIC FROST y su padre, G Warrior, constituyen un ente que no necesita de introducciones innecesarias hablando de lo que han aportado, porque sencillamente sobra. Todo aquel que, cansado de las típicas bandas que hartan hasta la saciedad, se plante y oiga un tema cualquiera del To Mega Therion, además de ver en qué año fue publicado, notará que suena tan futurista como un teléfono móvil en los años 1930. Una banda adelantadísima, de influencia extrema, así como los parámetros no rotos, sino resquebrajados desde el primer segundo en que una Ibanez sintió los dedos de uno de los personajes más perseverantes e icónicos de nuestro vulgar y sucio feudo: Fischer.
Después de un mórbido, valga la soplapollez, Morbid Tales (1984), más el legado y la influencia de HELLHAMMER, CELTIC FROST deja de ser un grupo excelente para convertirse en los emperadores del reino metalúrgico. Donde residen los plebeyos (o la prole, la tan necesaria prole), las princesas, los guerreros, los monarcas, los reyes y todo lo que viene después de eso. HELLHAMMER/CELTIC FROST, desde el demo perdido en el tiempo Satanic Rites (un gran rescate de nuestro arqueólogo Kaleidoscope), mostró fuertemente para las posteriores generaciones lo siguiente: maldad.
¡Pero no confundamos el término “maldad” con cualquier tontería que parezca ser más evidente! La maldad de CELTIC FROST no es el arquetipo de noruegos con Corpse Paint prendiéndole velitas a Satanás y pidiéndole orientación antes de quemar iglesias, para luego hacer un disco de nombre impronunciable con letras de enfermos monstruos escandinavos violando brutalmente a preadolescentes en noches donde la temperatura congela y la leña arde. Nada de esa parafernalia que, en total medida, está influida por estos tipos. Por G Warrior y los suyos.
La maldad de CELTIC FROST es astucia, viveza, sentimiento crítico e imaginería polémica y oscura, pero inteligente. Para un vegano, no consumidor de drogas o alcoholes, y con una mente extremadamente privilegiada pese a su lamentable condición que todos conocemos, los tópicos se queda en nada, y él había llegado para reformar las cosas con letras fenomenales que, pese a aparentar satanismo barato y mostrar criaturas antropomorfas de carácter diabólico con chorras más largas que brazos y piernas juntas, guardan una profunda preocupación por el ambiente, la autodestrucción del ser humano y la falsa idolatría.
CELTIC FROST es una banda que rompió con todo, promoviendo una imagen que fue malinterpretada, pero vive en el tiempo, como un mensaje claro de revolución hecha música. Sonido para aquellos visionarios con mentes más grandes que músculos y tatuajes innecesarios.
Emperor’s Return es un trabajo “puente” que, más que unir dos obras maestras y dos de los discos más representativos del Metal Extremo (y en general), es un álbum grandilocuente, poderoso, lleno de fiereza y que, sin llegar a la detonación artística de su padre e hijo, está ahí para atronar muy sádicamente.
Lo que no fue suficientemente terminado para el Morbid Tales, y lo que nacía paraTo Mega Therion, está aquí encapsulado en forma de cinco putos temas que se te van más rápido que las quimeras con aquellas féminas de naciones muy lejanas que sólo podemos ver a través de retratos vacíos que siempre nos dejarán inconforme. Un sonido muy sucio; Thrasher hasta la médula, impregnado completamente de ese primer Black Metal que definió una oleada posterior como aquel padre que tiene doce hijos de nombre Juan, pero que los distingue por el apellido. Un sub-género que ellos mismos se inventaron para definirse: Metal Extremo.
Un álbum recóndito, más parecido a las tinieblas eternas del “primer” trabajo de esta agrupación, y completamente maquiavélico. 5 canciones enteramente envueltas del sonido FROST por antonomasia, pero llenas de una mixtura tan incomprensible que te provoca las mismas sensaciones del debut, pero en otro nivel, muy claramente. La parte más Heavy que se deposita entre riffs de letargos macabros, a Martin Ain con un bajo hijo de Lemmy (pero con cuernos y sacando la lengua de pitón reticulada) y un nuevo baterista entusiasta de “AKA” Reed St. Mark para rematar en los bombos tóxicos.
La furia presente en este disco no es sólamente el interludio entre los cuentos mórbidos y la mega bestia, sino que presenta la exquisitez atmosférica de líricas completamente tiránicas, acompañadas de una densa capa que te voltea la cabeza como en El exorcista y la técnica de G Warrior, tan única y reconocible como la voz de nuestra madre cuando apenas somos insignificantes embriones, machaca sin piedad progresiones malditas que se te clavan para siempre en la psiquis.
CELTIC FROST no necesita baratijas o efectos de sonido para hacerte sentir completamente helado en una noche solitaria en el más cruel abandono. Una guitarra, un bajo, una batería y una garganta (esa del ¡Hey! sempiterno) son lo único que requieren para atormentarte con cada segundo de su valioso minutaje. En cada canción sentirás que algo te sube por la espina dorsal y te revienta el cerebro, dejando a su paso sólo los restos de tu cordura.
Tampoco puedo yo decir que Emperor’s Return (“Un EP solamente”, como si fuera cualquier Single con versione de un maloliente grupo Pop Punk...), conociendo bien la obra de este grupo sin igual, pueda compararse con lo pretérito de su Morbid Tales o la magistralía del posterior (lanzado dos meses después) To Mega Therion, pero no necesita de eso. Este disco, pese a presagiar lo que viene de inmediato, y conservar algo de lo más bello de la anterior placa, funciona para meternos la piel de nuevo en el desolladero sin perdón. La venida antes de la venida real. Un ataque preventivo. La falsa bomba que explota antes del verdadero magnicidio.
Los emperadores del Metal Extremo. Tal vez no los tatarabuelos y ancestros del aquelarre, pero padres de la movida y sin ningún igual. Chuparon de los mejores: de las bandas clásicas, de las más duras del entonces y de profundos grupos góticos como CHRISTIAN DEATH. ¿Resultado? = CELTIC FROST. Y en Emperor’s Return vuelven a dejar la bandera en alto, además, en un sitio inalcanzable. No es la cúspide del Everest, pero bien cerca de allí. El paso falso, pero inteligente, antes del zarpazo mortal.
Es que con sólo ver a aquel demonio de reminiscencia celta con una feroz skinhead transformada por VENOM y otras dos nenazas en ropaje BDSM, que recuerdan más a las groupies de las nacientes bandas Glam del entonces (portada cortesía de Phil Lawvere), y sumergirse en diabólico primer track (más sucio y trillado que su versión del To Mega Therion)… guerreros del gremio, algo aquí está muy mal. Pero no a la inversa, sino como lo presento: maligna creatividad. Mal del Metal Malicioso y Catastrófico que, tan básico como te suena a la primera oída, cautiva y enamora como un Black Kiss de aquellas damiselas doblegadas y postradas ante la encarnación más vívida del movimiento extremo por naturaleza.
Poco a poco se te irán las canciones como en una pesadilla siniestra, pero silenciosa y tan glacial que tus huevos parecerán frágiles canicas antes de ser pisadas por retorcidos elefantes blancos, pintados en una noche de delirio por Salvador Dalí. Sentirás la furia de ser cuestionado en Dethroned Emperor, vivirás tus más profundos temores con Morbid Tales (homónima), enloquecerás con la cantidad de dolor y pánico en forma de riffs puntiagudos y maniáticos en Visual Aggresion y eyacularás sangre negra con todo aquello que contraría la paz y los buenos deseos apenas Suicidal Winds entre para siempre por tus oídos.
Emperor’s Return deja en claro demasiadas cosas. Una brillantez absoluta por parte de G Warrior (una voz legendaria con un estilo guitarrero Thrash/Black/Heavy de antaño) y los otros dos miembros, que no son cosa menor, y que aportan bastante para complementar el trabajo maligno. 1985 fue un año espectacular para aquellos discos destinados a partirle la cara al mocosuelto criticón de las revistas burdas de aquellos años. Bonded By Blood de EXODUS, Seven Churches de POSSESSED, Hell Awaits de SLAYER y estos dos de CELTIC FROST son sólo algunas de las obras maestras de ese año imborrable para las sagradas escrituras del Metal en continua evolución histórica.
Algunas canciones de este EP (sólo un “título”, nada más) fueron grabadas en el 84, otras más adelante en el año en que salió, etc. Son cosas que no importan si lo que buscas es oír este álbum con disposición. Aunque dudo que alguien salga con payasadas luego de sentir sus pies quemarse viendo aquellos majestusos y delineados pechos al aire y los primeros acordes de Circle of the Tyrants, que dan paso a las letanías tan perversas que con mucha pasión nos cuenta el gran Fischer.
Nada más que decir, socios de la corporación del terror y la creatividad en aspectos lúgubres y métalicos. La escarcha celta perdurará en el tiempo cada vez que le demos candela a estos discos, y sintamos cómo el emperador regresa del infierno para pincharnos el culo con ganas, por segunda vez.
"Life is the only terror".
-Tom G Warrior.
Valoración: 9.2
Tom G. Warrior - Voz y Guitarra.
Martin Eric Ain - Bajo.
Reed St. Mark (Reid Cruickshank) - Batería.