Cathedral - The Ethereal Mirror

Enviado por dHt el Lun, 14/03/2016 - 22:22
1376

01. Violet Vortex 1:56
02. Ride 4:47
03. Enter the Worms 6:06
04. Midnight Mountain 4:55
05. Fountain Of Innocence 7:13
06. Grim Luxuria 4:47
07. Jaded Entity 7:53
08. Ashes You Leave 6:22
09. Phantasmagoria 8:44
10. Imprisoned In Flesh 1:48

Álbum completo (54:33)

Edición reseñada: The Ethereal Mirror (CD, Álbum, 1993)

¡Rápido! ¡Sé que lo estás deseando! Tienes un minuto, ¡ve a por el traje! Si no tienes el de gala, basta con los pantalones de campana, aunque mejor que sean blancos, como Dorrian en el video. ¡Vaya! No sube bien esa cremallera ¿eh? Hemos cogido unos kilitos desde la última vez ¿verdad? Bueno, da igual, no la subas, ni falta hace que te abroches los botones de la camisa. ¿Estamos? Cierra la puerta y pon la cuarta, ¿listo?... Primeros acordes:

Aouuuhh Yeeaaah!!!
Uuuuaahh!!! C’mon now!!!

Trata de moverte al trompicado ritmo de la batería, ¡Uuuhhh! no es fácil, ¿cierto? Deslízate montaña abajo, equilíbrate con las manos al son de los monumentales riffs ¡Aouh! Imagina que tienes una bola de discoteca iluminando el habitáculo ¡eres el rey de la pista! ¡Coronarás la montaña de la medianoche! ¡Aouh! Muévete espasmódicamente, sin perder el ritmo. ¡Ánimo! ¡Estas palmas van por ti!... ¡A ver que nos trae el señor Bajo! Un poco de funk y… ¿Cómo no! ¡Ojito que viene Gaz con su psicodélico solo! ¡Guitarras al aire! Dobla la rodillas, envuélvelas con tus manos, ahora abre y cierra las piernas al son de las palmas y cruza las manos cuando se junten las rodillas ¡Ahí te he visto!... Pero… ¡Tu madre también! Mirándote atónita desde la puerta ¡Estás fatal! -dice-. Ya te han pillado, estás perdido… así que, ¡al río! Cógela de las manos y ya sabes, díselo:

Uuuaaaaaaahhh!!!! Can you feel the groooove?!?!?!?!?!

No ha podido resistirse tampoco, al ritmo del wah-wah ¡Vaya baile de abuelos en una boda que os estáis marcando! ¡Así podréis estar toda la noche!

Y así, con esa misma cara de estupefacción que tienes ahora leyendo estas líneas, nos quedamos todos aquellos que escuchamos y/o vimos el video de ésta canción. Para mí fue todo un shock. Tan sólo había escuchado un tema previamente de eso que llamaban doom metal, la impresionante Ebony Tears de Cathedral, y esas gruesas losas eran tan sórdidas y embaucadoras al mismo tiempo, que me dejaban absorto, ¿Cómo podían tocar tan lento? Por ello, no podía creer que esa hilarante mezcla de disco-doom que estaba viendo proviniera de la misma banda. Aun así Midnight Mountain desprendía cierto magnetismo fascinante, ese tipo de atracción que sientes cuando algo que deberías aborrecer en el fondo te atrapa. Tiempo después me prestaron su primer álbum y el que ahora nos ocupa, y las sensaciones se mantuvieron igual que al escuchar esas dos canciones.

La banda de Coventry, liderada por el imprevisible Lee Dorrian, se propuso romper todos los esquemas. Igual que hiciera durante su etapa en Napalm Death, el polimórfico vocalista, junto al inseparable Garry “Gaz” Jennings, reinventaron la escena con un magnífico álbum que rescataba la esencia de Black Sabbath con un sonido contemporáneo. Una vuelta de tuerca en lentitud y pesadez a lo que ya venían haciendo bandas como Trouble, Pentagram o Saint Vitus y que asombró en 1991 a la escena. Hablamos de Forest of Equilibrium, álbum imprescindible y del que ya se escribió mucho y muy bien en este recóndito baúl del portal, por lo que no insistiremos en ello.

Para comprender este cambio de orientación, aparentemente tan radical, de un disco a otro, hemos de remitirnos a dos factores fundamentales que acontecieron a la banda por aquellos años. El primero, lo explica el propio Dorrian en entrevistas de la época cuando habla de la libertad de expresión en su sonido. Vuelven su mirada a las bandas clásicas de los 70 porque su música se basa en el feeling, la espontaneidad y está pensada solo para satisfacer los instintos, huyendo así de los restrictivos, encasillados y encorsetados cánones de la música actual (hablamos de principios de los 90). Según sus propias palabras: trata de meter a Dorrian en una caja y éste saltará de ella. Así fue como Cathedral salieron a la palestra con su fresco y reinventado estilo del primer álbum. Pero como cabía esperar, y como se ha visto a lo largo de su carrera, no se iban a quedar mucho tiempo en esa misma casilla, y para su segundo álbum, preparaban otro salto.

El segundo de los factores es externo y un tanto ajeno al grupo: el encontrarse en la escena de principios de los 90, años donde aquellos estilos que se fraguaron la década anterior, comenzaban a convulsionar y proliferar, mientras otros, como el grunge surgían entonces con fuerza. El mundo quería rock y metal, y la única manera de conseguirlo era comprándolo. Eso lo sabían las grandes discográficas, ávidas de encontrar un nuevo filón comercial en bandas que rompieran los esquemas igual que hicieron Nirvana, incluso Metallica con su álbum negro y, en menor medida, Obituary, Emperor, Entombed, Paradise Lost, Carcass… Así fue como la todopoderosa Columbia Records puso sus ojos en los nuevos talentos que surgían de la escena underground y produjeron álbumes como el Wolverine Wolves (Entombed, 1993), el Fear, Emptiness, Despair (Napalm Death, 1994) o el Heartwork (Carcass, 1994). Sobra decir que esta inyección de medios, no era gratuita ni por amor al arte, exigía cumplir unas expectativas y la imposición de algunas exigencias. En el caso de Cathedral, grabar en los Manor Studios (Oxford) donde años antes también lo hicieran ilustres como Mike Oldfield, Queen, Rush, o los mismísimos Black Sabbath (Born Again, 1983); una estricta y apretada agenda de grabación, producción y masterización del álbum, con su correspondiente gira programada; y un productor escogido por la casa y para la causa. Además de una monstruosa cantidad de billetes para sesiones de fotos y la edición de videoclips de promoción, así trataron de vender a los británicos como los Black Crowes del doom.

En cierto modo, todo esto sobrepasó las expectativas de unos jóvenes músicos del underground que se encontraron en el fastuoso mundo de la opulencia y el glamour. Dispusieron de muchos medios pero de poco tiempo para la composición, y el proyecto y las visiones del sello, representadas en el productor David Bianco, chocaban frecuentemente con los intereses de la banda. Pero, al fin y al cabo, del talento de estos muchachos y del saber hacer de Bianco, surgieron 10 temas de impecable factura para un álbum redondo. Una obra de arte de heavy-doom metal psicodélico que no dejó, ni deja, indiferente a nadie. Como hacen los grandes genios, Cathedral no sólo se desmarcan aquí de su pasado más reciente, sino de toda la escena que les rodeaba. Entonces ¿Por qué no tuvieron el éxito que Columbia esperaba y los abandonó un año después tras el EP Cosmic Requiem? Muy sencillo, su sonido era demasiado heavy para el mainstream y, a la vez, “excesivamente comercial” para el underground.

¿Pero de verdad eran tan comerciales? Escuchando, o visionando, los dos temas de promoción que se lanzaron, Midnight Mountain y Ride, es fácil pensar que sí. Pero si nos apartamos de lo superficial y nos mojamos un poco, vemos a la legua que no. El talento y la clase rebosan a borbotones aquí, no hay un minuto de relleno, no sobra nada y pequeños detalles como esa intro de dos minutos, dan cuenta de ello. Aquí, ni siquiera esas pequeñas piezas que para otras bandas parecen un compromiso, se hacen al azar. Si no, escuchad Violet Vortex y decidme cuántas bandas conocéis que en toda su carrera sean capaces de desplegar un abanico de riffs como los que se marcan los de Coventry en apenas dos minutos. ¿Para qué guardarse algunos de esos megalíticos riffs para un temazo? ¡Si aquí el amigo Gaz Jennings tiene una baraja de siete palos para repartirlos a diestro y siniestro! Pensábamos que ya su maestro Iommi había secado el pozo de los guitarrazos del doom, pero no, Gaz, secundado por el solvente Adam Leham, supieron llevar la esencia de Black Sabbath mucho más lejos, hacia un sonido mucho más pesado gracias a sus robustos fraseos y al uso de guitarras gemelas, doblando la sensación de pesadez.

Bien, estaremos de acuerdo que la canción que sigue, Ride, tiene un riff muy sencillo pero, en serio, ¿qué esperas de una guitarra si te digo que vamos a cabalgar? No necesito que mi caballo haga cabrioladas de doma ecuestre, solo galopar y listo. Eso es lo que aquí consiguen con sus guitarras: cabalgar, relinchar, espolear y, sobre todo, pisotear los cimientos de lo impuesto y preestablecido. Todo ese trabajo apoyado en el traqueteo musculoso e incesante de un bajo denso y sucio, muy sludge, y una batería galopante. Imposible no cerrar los ojos y sonreír con el embaucador sólo de Gaz en 3:12. Cierto, el tema tiene unos coros pegadizos, sí, pero ¿de veras que eso lo hace comercial? ¡Lo que realmente sucede es un temazo para paladares (y paladines) exquisitos!

Pero si Ride te parece muy happy, espera a sentir cómo se abre el suelo bajo tus pies y una marabunta de repugnantes gusanos emergen y se contonean al son de los rifazos de Enter the Worms. El sonido arrastrado de las guitarras aún trae consigo mucha cochambre del subsuelo, ese grind que se pega a las cuerdas y le da cierto poso mugroso. Un muro de sonido, de nuevo muy sludge, más propio del grindcore que del doom tradicional. Al fin y al cabo, no hay cosa más asquerosa que un gusano de catedralicio volumen, comprimiendo y estirando su mullido cuerpo, lentamente, tan lentamente que te hará agonizar, sin poder huir de él pero sintiendo cerca el roce de sus mandíbulas y el aliento fétido de su viscosa boca. Ese mismo gusano que penetrará en la débil coraza de tu piel hasta alcanzar tu pálido pero aún fresco corazón cuando hayas muerto. A medio camino entre el viejo y el nuevo estilo, es en temas como éste donde destacan sobremanera las habilidades de Wharton a las baquetas, dinamizando con sutileza cuando el ritmo adquiere una naturaleza casi funk en el estribillo. Cautivadoras también las sensuales voces del break melódico que preceden a los ardientes solos de Gaz, antes de volver a los mastodónticos riffs del inicio.

Mucha chicha hay en Midnight Mountain, repasadla y volved a disfrutar de su vitalidad, de su ritmo funky, psicodélico y discotequero pero con esos guitarrazos tan densos. Esa sólida y monumental base rítmica continúa en la desoladora Fountain of Innocence. Probablemente la mejor canción del disco, aunque es difícil destacar alguna sobre el resto, todas ofrecen algo distinto, una diversidad que no permite que caigamos en la monotonía. Una composición redonda, que va desde la parte melancólica del comienzo, con ese efecto acuoso y psicodélico en la voz de Dorrian, a los característicos riffs catedralicios. Alternando partes más aceleradas, con una cadencia pendular, con otras tristes y deprimentes. De nuevo, esos desquiciados solos, esta vez “en estéreo”, con las guitarras dobladas que se pierden hasta el fin de la canción.

Si después de ésta demostración no tienes claro aún que esta música no está pensada para ambientar clases de zumba o de spinning, llega ahora una triada de temas que pondrán a prueba tu resistencia a las sonoridades sucias y arrastradas, por mucho groove que hallemos en muchos de los temas. La segunda mitad del disco comienza con la enfermiza, lujuriosa y bizarra Grim Luxuria, con el señor Dorrian llevando al extremo la teatralidad de sus cuerdas vocales. Con una dicción exagerada y constante en los “wriggling”, “cracking”, “groanings”, “grunting”, etc. Una vocalización grotesca lunática y burlesca donde puedes imaginarte un joker al micro o un vicioso Baco en una orgía inmunda ¿Y qué decir del impresionante comienzo de Jaded Entity? Cómo ascienden los acordes a cada guitarrazo de Gaz y Lehan, igual que el viento mece las hojas en el aire para jugar con ellas antes de dejarlas caer. ¿Y qué hay de ese registro tan desgarrador de Dorrian del estribillo? Un tono sobrecogedor, cercano a la histeria, pero sin llegar al patetismo victimista de otros, siempre contenido, pero muy expresivo. Con una de las partes más “aceleradas” del disco a partir del cuarto minuto, antes de volver a caer en el tono lastimero del final y de patearte el culo con un brutal riff de reminiscencias bluseras por momentos. A continuación, otro ominoso canto fúnebre, lento y desesperado, Ashes you leave. Con un tropel de mamuts trotando tras de ti. Temazo aterrador, pesado, cochambroso, que te arrastrará a la sepultura o hará volar tus cenizas a la urna funeraria.

Terminamos con dos piezas desconcertantes. Phantasmagoria, tema largo, largo y lento, muy lento, que te dará la medida de lo que fueron Cathedral en Forest of Equilibrium. Observa cómo se sostienen o descuelgan los acordes de cada riff, sublime, y cómo se precipita la batería después de 45 segundos para azotarte y flagelarte sin descanso, rellenando magistralmente los espacios entre cada paquidérmica nota. Soberbio tema que los miembros tuvieron que pelear para recuperar la afinación grave de su primer álbum, en contra de la voluntad de Bianco, que quería aquí la misma producción resbaladiza del resto del disco. En las letras del libreto, bajo el epígrafe de la canción, tan solo reza la siguiente misiva: “Rowntree's Ad Lib into LSD”. Dorrian manifiesta que muchas de estas canciones las escribió apenas media hora antes de entrar al estudio de grabación (seguro que exagera) y que en el hotel en el que le “encerraban” para componer las letras, descubrió el lado espiritual del álbum fumando hierba, leyendo libros de magia y dando paseos a la luz de la luna. En el peor de los casos, sucede lo que tenemos en éste tema, igual que Baudelaire narcotizado día y noche de opio en la composición de Les Fleurs du mal, así encontramos al fantasmagórico Dorrian con el LSD. El epílogo: Imprisoned in Flesh, una hermosa, corta y, una vez más, imprevisible balada acústica de melancólico optimismo que nos deja con la sensación de que necesitamos algo más. Entonces, ya solo queda la reproducción compulsiva de estos 54 minutos y 33 segundos de discazo en toda su “rodundez”.

No se puede entender el concepto tan amplio de Cathedral sin hablar de sus letras ni de su arte gráfico. Dave Patchett es el que aporta esa animación divina a los álbumes de los británicos. Podrá parecer supletorio, pero en las portadas, siempre encontramos muchas claves, sino todas, de las letras. Sus dípticos casi siempre presentan una dualidad, aquí la encontraremos en este espejo etéreo, donde por un lado, a la derecha, el arte se centra en el movimiento circular de la vida (si nos fijamos, la disposición de las figuras de la parte derecha forman casi una circunferencia perfecta), representado en la rueda empujada por esa especie de obispo andrógino que sostiene el “libro de las mentiras” y que, con una tercera mano, mueve los hilos de los rollizos angelitos. El contraste lo encontramos a la izquierda, en los caballeros que traen al galope la verdad, el apocalipsis y la muerte, dispuestos a pisotear y aplastar a su paso todos esos dogmas medievales y los abusos de poder. Cenizas, polvo y gusanos será lo único que quedará de nosotros por muy longevos, adinerados, lujuriosos o devotos que hayamos sido. Las espadas, y todo el acero, son el auténtico regalo de los dioses que nos traen los jinetes “catedraliformes” del más allá. De hecho, originalmente el título debía ser Ride through the Decay pero se cambió dos días antes de la impresión de la portada.

Decía Dorrian por aquella época, que era necesario separar el doom del death y ése fue su propósito en la construcción de todas sus catedrales. El hachazo fue letal, resquebrajaron los cimientos de la escena underground, sacudiendo un árbol que dejó caer multitud de frutos en lo que al género doom se refiere. Doom/death, doom metal, stoner, sludge, doom melódico y sinfónico… Esencial la aportación de los de Coventry a la expansión del género. Supieron recuperar la oscuridad del metal sabático de los 70 y 80 y lo llevaron a su más extrema expresión. Siempre inconformes, siempre solventes. Tenemos aquí la que para mí es la mejor de sus tres primeras obras maestras, aunque siempre cuesta decidirse. Cinco cuernacos para esta dualidad entre tragedia y oscuridad, con toques psicodélicos, groovies y vitalistas que te llevaran del frío receptáculo de roble (o aglomerado) en el que los gusanos descompondrán tus huesos, a las caleidoscópicas y alucinógenas pistas de baile que desencajaran tus miembros en una fiesta de heavy-doom que te dejará…

Groovin’ all night!!!

Mark Ramsey Wharton: Batería
Adam Lehan: Guitarra eléctrica, guitarra acústica, guitarra de 12 cuerdas (acústica)
Garry Jennings: Guitarra eléctrica, guitarra acústica, guitarra de 12 cuerdas (acústica), bajo.
Lee Dorrian: Voces

Sello
Columbia / Earache Records