
1. Angeldust (3:38)
2. The House That Bled To Death (2:38)
3. Awaken To Evil (4:21)
4. Hellish Torment (2:30)
5. Hellslayer (2:39)
6. First Blood (4:02)
7. Warlock's Doom (5:26)
8. Hail To The Dead (4:43)
9. Souls Lie Screaming (3:36)
10. Diabolical Kingdoms (3:05)
11. Atheist Nations (3:33)
12. Black September Morning (4:29)
13. Hallucinations (3:44)
14. Harlot Earth (6:05)
Hay veces que ciertos objetos o fenómenos te persiguen hasta la muerte, como el caso de aquel hombre al que le cayeron varios rayos a lo largo de su vida, uno de ellos, el último, en su tumba, como despedida. Son de esas veces que el Destino enciende su tele y sales tú, y sentándose cómodamente se dice para sí mientras mira a la pantalla: “A éste lo puteo yo”.
Sin ser tan grave como un rayo pero sí tan desquiciante en su tiempo como la famosa gotita de la tortura china, mi caso cuenta esa etapa en mi vida cuando sin comerlo ni beberlo me vi con algo que nunca quise tener y de lo que nunca me podré deshacer dadas mis curiosas experiencias.
La historia comienza con una compra que hice por internet, de un disco (Season of the Dead de Necrophagia) que jamás llegó pero sí otro en su lugar (vamos, la cosa no es tan grave, normal hasta ahí aunque no muy lógico). He de decir que jamás tuve problemas con la empresa a quién encargué el pedido, que siempre fue competente y puntual, y con muy buena fama, por lo que redacté una amistosa reclamación explicando detalladamente el error. Tras enviarme la empresa sus disculpas me mandaron otro paquete, cuando lo abrí… ¡era el mismo puto CD erróneo! (¿quieres caldo?, pues toma dos ollas). O sea, ya iban dos copias en mi poder de un disco que nunca solicité, y dado que el posterior intento de comunicación con ellos para apuntarles su reincidencia fue frustrado, decidí no darle más vueltas al asunto y quedarme con aquellos dos clones de un compacto cuya banda ni conocía.
Dada la imposibilidad de arreglar el tema, acabé intentando ver la botella medio llena y decidí aceptar la paternidad de ese oscuro bebé que dejaron en mi puerta, no en cuna de mimbre pero sí en sobre acolchado. Llegué incluso a pensar que la Providencia quiso traer a mis manos una obra maestra que no podría haber conocido de otra forma sino así… “Una mierda pa’ ti”, me dijo la Providencia.
Antes de escuchar el disco, la información que reuní sobre el combo se tradujo en algo así como “banda americana de Death-Thrash fundada en 1984 y desaparecida en el ‘89”. Como buen explorador de Metal extremo ochentero se me dibujó una sonrisa en mi labiar, pero cuando el invento citado me lo puse en las orejas la sonrisa se me invirtió y se me puso cara de bulldog. No pude soportar dos canciones seguidas y arrumbé el disco en el rincón más polvoriento de mi fonoteca. Arsenic eran más malos que hostiar a una madre mientras pare.
Seeds of Darkness, sin ser ni siquiera un álbum propiamente dicho, era una compilación de las “mejores” tonadas de la peor banda de Metal que había escuchado en mi vida, un casposo ‘best of’ de todas sus demos (5 nada menos) grabadas entre 1985 y 1989. No llegaron a sacar un sólo LP o EP, y creí comprender el porqué, nada más que durante la escucha de su primera mitad (sí, avancé un poco más) en la segunda oportunidad que les di.
La historia no acaba ahí, pues la preciosa mañana del pasado lunes reuní de mis estanterías un buen puñado de CDs que ya no quería, para venderlos a una tienda de discos de segunda mano. Entre el montón colé una de las dos copias de aquel pedante plástico, y cuando el dueño de la tienda revisó mi mercancía apilada en su mostrador, me aceptó todos los discos, todos menos dos: el debut de Sphinx y… ¡el disquito de marras! Así que tuve que volver a acoger en mi morada a la galleta que me dispondré a narrarte si es que aún sigues ahí. Arsenic y su Seeds of Darkness fueron para mí como el puto gato negro de Poe fue para su frustrado verdugo.
Ya terminando tan farragosa presentación (que me disculpe el que siga con vida), y aunque la reflexión que ahora empiece a incrustar en este párrafo parezca propia de un lunático, es la que tuve en su tiempo pues uno no pudo evitar atar cabos: Primero está la engañosa presencia del CD, desechando el logo original de la banda para cambiarlo por otro muy chic y muy cool, e ilustrando en general una portada más propia de un artefacto de Gothic Metal de última generación antes que de un homenaje a una banda proto-Death de los ’80. Si a ello le sumas ese afán de todos por encasquetarte como sea el disco y luego por otra vía no querértelo aceptar, no puedes evitar pensar en una conjura maestra por parte de la industria discográfica, conectada a todos sus puntos y redes, tanto a nivel de grande como pequeña empresa, que maquinan las mil formas de largarte un disco insufrible que no consiguen sacar de sus depósitos porque su contenido es malo de cojones. Un enigma digno de investigar, tanto, que el Monasterio de El Escorial se me quedaba a la altura del Gran Fuerte de Playmobil.
Formados en 1984 en la ciudad de Nueva York, Arsenic fue una banda de la que hoy la gente poco sabe y menos quise saber yo, hasta que tuve los cojones de escuchar el recopilatorio entero y darme cuenta que en sus últimos estertores, este misterioso combo supo enseñar los dientes, aunque tarde. Pero empecemos por el principio…
Y es que es difícil soportar por mucho tiempo el patoso gateo de Angeldust y el más patoso todavía tresillo que intentan ejecutar como cambio de tercio, un borrón de púas a medio trabarse, medio atascarse entre las mismas cuerdas que luego harán un solo que es un bocado ahí abajo. La histérica The House That Bled To Death es un sin control, con el voceras Henry Isaac desgañitándose loco perdido y ese destartalado riff que balancea su minga graciosamente en la recta final cual ebrio duende burlón.
El guitarra solista ponía empeño en meter solos a troche moche, aunque éstos fueran más malos que la sustancia venenosa que daba nombre a la banda, como puede escucharse en Awaken to Evil, donde además contamos con un calmo pasaje muy atmosférico, pero que inexplicablemente es echado a perder por un ataque epiléptico que le da al batería. Hellish Torment es precisamente eso que la nombra, y continúa con la tónica que por ahora iba mostrando este compilation, que es ese caos mal ejecutado de las primerísimas maquetas de Necrophagia, pero con bastante menos feeling y queriendo llegar a aspectos que no abarcaban, quedando así en ridículo (como es el caso del soso arpegio con el que daban entrada a Firstblood).
Todo lo que acontece durante algo más de la primera mitad sigue esa mecánica chichinabesca, salpimentada por esos falsetes hilarantes que el frontman de vez en cuando dejaba caer entre su casi perenne harsh vocals que llaman los anglófonos. Cambios de ritmo y estructuras que no tienen sentido, como si todo fuera una jam amateur de garaje rancio en la que uno dibuja in situ una idea con su instrumento y los demás le siguen como quieren y pueden, y ahí todo manga por hombro.
El perverso riff con el que entra Hail to the Dead acompañado de esos lamentos del que lleva el micro tendría su encanto si sus músicos supieran mantener el ambiente y nivel de la pieza, sin que ésta se convierta en la borracha cacharrada que luego reina, sólo arreglada y a medias por ese otro riff meditabundo y tétrico que hacen oscilar en dos ocasiones, la segunda antes de ese tuka sin sentido. Y ni hablar ya de ese audio de explosión que despide al mismo track, típico final heavy si no fuera por esa fanfarria feliz que luego se cuela, y que inacabada se pierde en el silencio ante tu cara de “¿por qué?”
En Souls Lie Screaming la banda suena más compenetrada, se nota que esto marcaba un regreso más maduro tras un parón que sufrió la formación, paréntesis que dio vida a una agrupación de Thrash llamada Kamchatka que incluyó a tres integrantes de Arsenic (entre ellos su vocalista de siempre Henry) pero que sólo duró dos o tres años, llegándose a reformar Arsenic en el ’88 ya con una formación algo más diestra, y eso se percibe en este tema perteneciente a la penúltima demo de mismo nombre. Lo dicho, la cosa mejora con este title-track, pero termina bien coja con una escapada inesperada del grupo, que finiquita la canción con demasiada brusquedad. Riffs más trabajados y efectivos nos alegra escuchar en Atheist Nations, y en general mucha mejor cohesión siendo éste uno de los temas que mejor salva el pellejo del compendio maquetil.
Claro está que no todo va a ser tan horrible, y conforme avanza el plástico la cosa se hace más comestible por eso de estar las canciones bien ordenadas cronológicamente en el CD (lo único que supieron hacer los de Baphomet Records), y así ir percibiéndose mejora en los neoyorquinos. Y tanto, pues en el minuto 2:37 de Black September Morning (sin duda su mejor tema, de muy slayeriano main riff y chorus memorable) nos atrapa una melodía con un magnetismo y oscuridad que se hace notar, como el catálogo de riffs thrashers que nos despachan en la postrera Harlot Earth (buen nombre), donde definitivamente aprobaban las asignaturas Consistencia, Presencia, Sentido y por último, Conocimiento del Medio que moraban con su música.
Con ese último ”too late” que a capella nos suelta Henry como colofón, parece como si se lamentara de lo tarde que les llegó a sus Arsenic el dominar sus instrumentos y composiciones, pues justo tras conseguir eso desaparecieron sin dejar rastro.
Aunque en sus últimos coletazos empiece a hacerse interesante, puede parecer poco rentable (y lo es) tener un disco que de catorce temas se salven de la quema tres o cuatro. Sin dejar de ser verdad eso, al final nunca está de más poseer un pedacito de historia, cualquier vestigio del underground extremo de aquella década prodigiosa, el penúltimo decenio del siglo del rock ‘n’ roll. Sí, pero ¡a qué precio!, y con semejante portada, tan horrenda y desubicada de su contenido. Amigo Michael Riddick, encargado del “art & design”, ¿quién coño te mandó atrezar a modo Enigma u Opeth la cavernosa función de una banda de Death-Thrash de los ’80? Eres riddíckulo, tío.
Volviendo a atar cabos, descubro que el productor ejecutivo de este “Best of” es nada menos que Killjoy de Necrophagia, y eso es lo único que tienen en común aquel disco que pedí con este recopilatorio que lo suplantó. Nunca sabré en qué fallaron para, pese a pifiarla, ser posible ese nexo, ínfimo pero nexo al fin y al cabo; aunque a estas alturas ya es estúpido seguir conjeturando. Lo importante es la curiosa paradoja de verme hoy reseñando este disco, un disco que muchas veces quise tirar por la ventana, o bien hacerme el harakiri con una de sus esquinas.
Al final, a este bebé que recogí en mi zaguán lo he aceptado como es, se le toma cariño cuando vas viendo su progreso, el de un torpe gatear que acaba en paso erguido y firme, hasta su triste muerte prematura. Una pena los Arsénico, pero aquí están sus Semillas de Oscuridad, para el que aguante el amargor de sus alborotadas raíces y así aspire al ácido dulzor de los frutos de su ocaso, sus postrimerías de buen Death-Thrash. También tienes la opción, como muchos hacen con el periódico, de empezar por el final.
Últimos miembros:
Henry Isaac - Voz y guitarra
Ray Reynoso - Guitarra
Ray Urbina - Bajo
Antiguos miembros:
John Isaac - Guitarra
Jeff González - Batería
Mark Minguella - Batería
Jr. Rosario - Batería