
1. Max Overload (3:17)
2. Maniac (4:42)
3. Black Car (4:15)
4. America (5:47)
5. Lucifera (4:39)
6. No Time (4:18)
7. Prince of Hell and Fire (5:15)
8. Bottoms Up (5:03)
De las carreras clandestinas del riff que trazó el Speed Metal sobre el asfalto del underground en los ’80, germinaron bandas de todos los rincones del planeta. Tomando a Alemania como una de las principales fuentes de esa fiebre velocista, partimos desde ese epicentro hacia sus alrededores para empezar a testar los altos índices de octanos y decibelios que inyectó al exterior como doctrina. Rastreando llegamos a su vecina Bélgica, donde surgió Acid, otra banda split-up de tantas, desaparecidas hoy por desgracia bajo las arenas del tiempo. Estaría bien recordarla dado su antiguo potencial, en un sano ejercicio de justicia por propia mano para acercarla a oídos del presente, como otra banda más que en su caso, quizá por no haber nacido en ninguna de las más célebres franquicias del género metálico, no logró todo el éxito que merecía.
En Brujas, Flandes Occidental, nació esta formación, agrupada en 1980 como una lanzadera de demos que buscaba horizonte, y que con la ayuda de sus escasos singles y LPs consiguió cierta resonancia en un círculo diminuto pero notable. Con un single inicial (Hell on Wheels/Hooked on Metal - 1981) sembraron su buen racimo de fans locales, hasta que al año siguiente con su primer largo, llamado como la banda, lograron girar con grupos centroeuropeos tan dispares como los franceses Soggy y su autodenominado estilo “Hard Wave”, los heavies neerlandeses Bodine y los hardrockeros teutones Viva. Acid consiguió grabar hasta un videoclip, el de la canción Black Car, contenida en su segundo álbum de estudio, el llamado Maniac que aquí desgranaremos más adelante, con la venia de Metallian si lo pillamos despierto.
Esta banda contaba con la particularidad de pertenecer al entonces tan marginal colectivo de féminas al micro, una minoría que acabaría creciendo, pero que en esa época sólo despuntaban pocos nombres, empezando por la más notoria figura de la germana Doro Pesch con sus Warlock y decreciendo hacia guerrilleras en la sombra como Ann Boleyn de Hellion, la lasciva Betsy Bitch de Bitch (mismamente) o Nicole Lee de los también espídicos Znöwhite, por poner algunos ejemplos de caras más o menos visibles en la orla de las metal maidens.
Acid también tenía voz de mujer, y esa mujer era Kate De Lombaert, que en la gira de este álbum se presentaba sobre las tablas con sus interminables botas de cuero negro, su capa roja y el entonces reglamentario cinturón de balas rodeando sus buenas caderas, como una especie de superheroína, una musa del acero belga que tan rica ella como los chocolates de su tierra presentaba con sus textos un buen temario de satanismo, sexo y Metal, como vindicaba la cultura speeder en aquella su era más fértil.
A ella le seguían bien cerca las filosas guitarras de Demon y Dizzy Lizzy, mas las traqueteantes secciones rítmicas de T-Bone al bajo y Anvill a la batería, todos interconectados para aplicarle el turbo a la cátedra riffera que infundió Judas Priest, sumos propagadores del riff-helicóptero cuya esencia aquí era identificada, pero engranando una quinta velocidad que antes no existía.
Nos introducimos en las fauces de ese semicadavérico sabueso del Infierno que ilustra la portada, para subirnos a lomos de un primer proyectil llamado Max Overload, tropel de guitarras ansiosas donde Kate clava y restriega ese registro cual de una Doro Pesch más cruda, lanzando en cortos ataques cada verso, puente y estribillo en una comprimida síntesis de Metal muy efectiva, un curso acelerado de cómo construir un hit potencial con el menor número de palabras y riffs. Como mero capricho a detallar, me encanta ese entrañable “… of sounds!” que pronuncia la belga como puente a cada estribillo, por su tan llamativa expresividad como cantada a un niño, cual si nos acercara la cucharada de papilla advirtiéndonos la llegada del “avióonnn!”.
Al title-track Maniac no se le caen los anillos por poblar la segunda pista como una canción más, sin épica ni pompa por ser el tema central que da nombre al LP, saliendo al asalto con un medio tiempo de musculoso y señorial riff pero que quema el asfalto a continuación para no desentonar con el resto de la munición, donde el guitarra solista Demon prende cada fin del agitado estribillo con poderosos lead breaks a púa batiente.
“El coche negro llega, conducido por el mismo Diablo”. Black Car es el single, del que sacaron un 12” de mismo nombre al año siguiente. Su estribillo es apocalíptico, con un aserrado riff que inspira amenaza y tensión, y que como un remolino mantiene suspendida en su centro de acción a la altiva vocalista, que ahí está inmensa pero no duda en chafarnos ese gran ambiente con el culminante y jocoso “Coche negro - Destrozando a tu mujer” (¡¿…?!). Por ello, la letra impide la total redondez para esta gran canción, no sin salvarse líneas como la tan amada por mí ”He's the metal ripper of a thousand names”. Habitando en el país de las mejores cervezas, nuestros amigos no se resistirían en llevar unas cuantas de más a la hora de escribir esta letra. Aún así, se disfruta a bordo de este maléfico bólido.
Poniendo la guinda a ese autosabotaje bienintencionado, filmaron un videoclip para el cochecito, terminando de masacrar este hit de los belgas. Pese a todo no tiene desperdicio ver cómo la banda es perseguida por un coche negro que va a la endiablada velocidad de un carrito de bebé empujado por una abuela octogenaria. Vamos, tan trepidante como el atraco al banco por Judas Priest en el clip de Breaking the Law. Esos ’80…
El main riff de America es para volverse loco, trepidante como el fino taladro de tremolo picking que gira en el de Lucifera, donde esta centuriona de la Gallia Belgica nos demuestra con sus destellos de sentimiento que sabía dosificar su furia felina de vez en cuando, con un estribillo de densa savia ochentera que ponía a esta canción entre las mejores de Maniac. Remarcables los solos de Demon y sus tan rockeros bucles melódicos en No Time, otra estampida que sólo encuentra pared que la retenga en el forzudo medio tiempo de Prince of Hell and Fire, que no por ser el único en desviarse al carril de tráfico lento deja de ser otro temazo, oscuro y penetrante, la única pincelada épica en todo este festival de acero y óxido nitroso.
Nervio maidenesco de la era Di’anno hervía en las guitarras de Bottoms Up, borboteando en ese estribillo tronador donde muy hábil remacha la chica las sílabas del título. Mención merecen también los solos del colega Demon en este tema final, punteando sobre los inesperados sprints que se marcaba el batera Anvill, que aquí rompía los sismógrafos con su doble bombo como colofón a esta obra, injustamente desconocida para muchos.
Festiva pero contundente, esta banda se presentaba demasiado salvaje para venir de la tierra de Tintín y Los Pitufos, pero tan certera como su también paisano Lucky Luke. Aquí mi recomendación de una banda honesta, orgánica, de la que he caído enamorado por el vocablo 'freewheelburniense' de sus riffs (con buenos toques también de los mejores Saxon) y la centelleante aerodinámica de sus estribillos, todo diseñado con fórmulas muy básicas, pero diestras en saber llegar al corazón y la cervical del headbanger. Una pena que Katie y sus muchachos no llegaran a mejor puerto, c'est la vie.
Kate De Lombaert - Voz
Donald (alias Demon) - Guitarra solista
Peter (alias Dizzy Lizzy) - Guitarra rítmica
Pete (alias T-Bone) - Bajo
Geert (alias Anvill) - Batería